El Sur de muchos está en el Norte. No, no es un refrán sacado de Juego de Tronos y sí una realidad en el modo de viajar de cada vez más gente. Un Norte que, cuando se trata de Cantabria, es tan, tan cariñoso que lo llaman Tierruca.
“Cantabria Infinita”, reza el lema de la comunidad autónoma, y es que a la Tierruca le sobran razones, rincones y momentos para justificar esta y cualquier escapada y en cualquier momento del año.
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Castro Urdiales, puerta de entrada a Cantabria
Pero esta ruta nuestra con la que vamos a viajar a Cantabria en invierno comienza en una de sus puertas principales, Castro Urdiales.
Visitar Castro Urdiales es hacerlo a una ciudad marinera, señorial, elegante, con avenidas donde los plátanos de Indias dan sombra a las familias de la ciudad, repleta de mansiones y casonas, con playas de arenales amplios en las que hay sitio para todos, un puerto pesquero que hace rebosar de carácter a las callejuelas peatonales del centro y, por supuesto, la iglesia de Santa María, que vigila y protege la ciudad. Es una delicia alternar por sus tabernas de la puebla vieja y compartir un vino con los que paisanos que, chato en la mano, aguantan la respiración viendo competir en televisión a la trainera de Castro.
Viajar a Cantabria en invierno, una excelente idea
A Castro hay que disfrutarlo sin prisa, y pasar la mañana del sábado parando en cuantos más bares, mejor: seguro que encontrarás a alguien que te diga que no te puedes ir de Castro sin probar la que, dicen, es una de las mejores tortillas de patata de España, la del bar La Fuente (Nuestra Señora, 8).
Y a solo unos kilómetros del centro de Castro, en la barriada de Islares, está el Asador Erillo, un restaurante donde la cerveza siempre está fría, las rabas, en su punto y las vistas del cabo Cebollero -”la ballena”- son de esas que piden a gritos ser publicadas en Instagram. En resumen: merece mucho la pena hacer una paradita en el Erillo durante tu escapada a Cantabria en invierno.
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Pasear en invierno por las playas de Cantabria
Que las playas de Cantabria son excepcionales es algo que hace ya tiempo dejó de ser un secreto. Inmensos arenales y estuarios salpicados de verde -que no de edificios: olvídate de las epidemias de cemento y hormigón que asolan otros litorales patrios- en los que manda el Atlántico y en los que siempre, siempre, vas a encontrar el espacio que necesitas. Pero las hay también urbanas, recogidas, agrestes, íntimas…
La colección de playas de Cantabria es amplísima: más de doscientos veinte kilómetros que guardan más de noventa playas. Muchas, de merecida fama –El Sable, La Arena, Berria, Ris, El Sardinero, La Salve y Regató en Laredo, Oyambre, Somo…- y otras, no tan conocidas, como la de Oriñón, que es un playazo de más de dos kilómetros del oriente de la región, encajonado entre las moles montañosas de Candina y Cerredo, y en la que no hay chiringuito alguno: apenas un par de puestos de socorristas y, tras de la playa, el pequeño barrio de Oriñón (donde hay algún bar y, los domingos, mercadillos). La playa, inmensa y preciosa, en la que desemboca la ría de Oriñón, es la puerta de entrada a otro lugar cántabro mágico y poco conocido: el valle de Guriezo.
Visitar Laredo, pueblo marinero de Cantabria
Sigue la línea de la costa -que pueden ser tanto la A-8 como la viaje carretera nacional a la que sustituye, la N-634, y que sigue en funcionamiento- y llegas a Laredo y, tras rendir los honores debidos en las tabernas de la Puebla Vieja -seis calles repletas de historia y carácter-, te das un paseo por la espectacular playa de La Salvé: más de cuatro kilómetros de arena que, cuando termina, no acaba: continúa en la playa de Regatón, otros cuatro kilómetros de paraíso playero que, juntos, conforman el arenal más extenso de toda Cantabria. Otra playa que no puedes -ni debes- saltarte es la de Berria, en Santoña.
Allí compartirás una jornada de playa con surferos de todo el mundo, a la caza siempre de la ola perfecta. Y desde luego, no se te ocurra irte de Santoña sin cumplir con la tradición y hacerte con sus famosas conservas de anchoas: el puerto del pueblo está repleto de lugares donde hacerte con ellas.
Comillas, el capricho de Gaudí
En esta Cantabria Infinita, cuesta elegir el dónde y el cómo: el tiempo es escaso y las posibilidades, infinitas. Pero conducimos hasta Comillas: Gaudí, marqueses y, otra vez, playazo, al que se asoma un imponente cementerio que preside el pueblo, romántico como en una fantasía de Bécquer -con sus ruinas de una iglesia gótica y la estatua de un ángel que, espada en mano, parece que va a romper a volar sobre el mar.
A Comillas le dio fama su marqués, un empresario del siglo XIX que, tras regresar de América, transformó un pueblo de la costa cántabra en el lugar de veraneo de Alfonso XII: de ahí la profusión de palacetes y casas solariegas, entre las que destacan el Palacio de Sobrellano y, desde luego, El Capricho, obra de Gaudí, el lugar más famoso de Comillas, y el nombre de esa villa veraniega del marqués de Comillas.