Juan Claudio de Ramón, autor de “Roma desordenada. La ciudad y lo demás” (Siruela), nos descubre las claves de su delicioso libro sobre la Ciudad Eterna.
«Durante cinco años de mi juventud trabajé en un palacio romano y eso no es algo que vaya a olvidar”, sostiene Juan Claudio de Ramón en un capítulo al final de su libro Roma desordenada. La ciudad y lo demás (Siruela), y desde luego que tampoco van (vamos) a olvidarnos de lo placentero de su lectura sus afortunados lectores. De Ramón es diplomático de carrera y el palacio al que hace referencia es el Palazzo Borghese, donde se encuentra desde hace siglos la Embajada española, y en la que ocupó plaza durante esos cinco años mencionados, en los que vivió e hizo de flaneur por la Ciudad Eterna para goce propio y de todos nosotros.
De Ramón llegó destinado a la capital italiana con un libro previo, Canadiana, e incontables páginas leídas, obras de arte contempladas, películas visionadas y músicas escuchadas en las que Roma era la protagonista. También le acompañaba en su nuevo destino la misma o mayor curiosidad por desentrañar y buscarle los pliegues a la ciudad que le acogía y que, de no existir, habría que inventarla, algo que podría hacerse tomando como documentación la obra que firma, y en la que pinta a Roma con erudición, humor, rigor y amor.
Así, Roma desordenada. La ciudad y lo demás es una lectura deliciosa que consigue uno de los objetivos confesos de su autor, despertar el ansia por viajar a Roma. Es una tarea titánica haber comprimido en un solo volumen tantas caras del poliedro romano: en el libro de Juan Claudio de Ramón caben desde el secuestro y asesinato de Aldo Moro por las Brigadas Rojas al saqueo de Roma, los exiliados españoles, la arquitectura mussoliniana…
El resultado de semejante tour de force es un amenísimo en imprescindible libro sobre Roma, que sirve tanto de lectura de cabecera previa a un viaje a la Ciudad Eterna como de cicerone literario de una visita a la ciudad, sobre la que De Ramón enfoca su mirada en algunos detalles que apenas los romanos aprecian o conocen. “Roma es un género literario en sí mismo”, comenzaba el autor la conversación que, cuando apenas estaba asomando la primera de las infinitas olas de calor del pasado verano, mantuvimos en el precioso despacho de Ofelia Grande, directora de Siruela, en la sede de la editorial en Madrid.
Has estado destinado cinco años como diplomático en Roma y el fruto es un libro delicioso…
Sí. Soy diplomático español. Anteriormente estuve cuatro años en Canadá, de donde surgió un primer libro, Canadiana, muy distinto a este de Roma, en el que me enfrenté al reto de contar un país que muy poca gente conoce. Con Roma, ocurre prácticamente lo contrario. Es un género literario en sí mismo. Dentro del género de libro de viajes existe un subgénero muy practicado, con mucha alcurnia, el libro del viaje a Italia, cuya tradición viene del Grand Tour. Y, a su vez, dentro del libro de viaje a Italia tenemos el libro de impresiones romanas, que no es exactamente una guía turística.
No lo es, pero podría servir estupendamente como tal…
Puede servir como itinerario de la ciudad porque es informativo, pero no es una guía turística. Además, mi editora y yo decidimos que no iba a tener fotos, lo que le hubiera dado ese aire.
¿Cómo te enfrentas a un reto como contar Roma?
Como cuento al principio del libro, durante los dos primeros años me sentía totalmente intimidado por la ciudad, sepultado por sus siglos de historia, las personas ilustres que ya habían escrito sobre la ciudad… Me sentía en inferioridad de condiciones y tenía miedo de, al escribir, ponerme a descubrir Mediterráneos en cada plaza, en cada cuesta, así que los dos primeros años fueron de parálisis. Ocurre también que la propia ciudad te coacciona y te dice «si eres un escritor, tienes que intentar escribirme, y si no, es que no eres un escritor de verdad». Entonces, asumí el desafío de volver a contar la ciudad, vista a través de mis ojos, pero sin rechazar lo que antes que yo habían visto otros.
Este es un tema que me interesa en la literatura de viajes en general, y es que todo lo que vemos está determinado por lo que han visto otros antes. Tú no puedes pretender que eso no existe, es una actitud un poco snob; primero porque no vas a encontrar ya un solo lugar del mundo al que no haya ido ya alguien; y, segundo, por lo que lo que han visto otros te puede ayudar a ver, aunque también te puede obstaculizar para formarte tu propia opinión. Con lo cual, había que evitar los dos extremos.
No es una tarea sencilla.
No, y tampoco he querido hacer un libro anti turístico, donde contar solo la Roma recóndita y poco frecuentada que nadie conoce: eso me parecía de un esnobismo insoportable. Desde el principio, fui consciente que tenían que estar las cosas que han dado fama universal a Roma -la basílica de San Pedro, el Panteón, el Coliseo…-, y yo tenía que ser obediente, hacer las colas, contratar a los guías turísticos y meterme en la misma excursión que las parejas de jubilados. Y, desde luego, leer: había una tarea de obediencia a la tradición que yo no me iba a saltar.
Tal y como la planteas, la estructura del libro hace que sea muy fácil tomar y retomar su lectura y saltar de uno a otro. Tocas infinidad de temas.
Tenía la disparatada ambición de escribir un libro global, un libro total, y también tenía que estar lo poco frecuentado, o aspectos de la ciudad que no son turísticos, como aspectos sobre su demografía, por ejemplo, que me interesaba mucho, sobre la Roma de la periferia, la cocina… He intentado que el libro sea lo más completo posible y el resultado son 70 capítulos cortos que funcionan como ensayos de historia del arte, historia de la religión o de la política; y lo terminé pensando que aún me quedaban por sacar muchas vetas al mármol romano. Y una de las satisfacciones más grandes que me está dando la recepción de este libro es cuando la gente me dice que lo ha leído y consultando a la vez Google Earth para buscar el lugar del que estoy hablando.
Y también aparecen en el libro retazos de tu propia realidad, donde cuentas tus mudanzas, describes los barrios donde vives, o reflejas la irrupción de la pandemia. El narrador se convierte en un personaje más, ¿no estuviste tentado de que tuviera más presencia a lo largo del libro?
El libro mezcla tres géneros -el libro de viajes, el ensayo cultural y el diario más o menos íntimo-, y una de las cosas que más me gusta oír de la gente que ya ha leído el libro es que, a pesar de ser un libro sobre una ciudad, se escucha la voz de un narrador y eso me gusta mucho porque ayuda a la cohesión del libro. Si no existiera ese narrador, a lo mejor todos esos fragmentos de Roma quedarían deslavazados, pero tampoco quería desviarme del género que estaba practicando, que es el libro romano. No estaba escribiendo mi libro en Roma sino un libro sobre Roma; por eso, solamente he añadido mis experiencias más personales en la medida que me venía bien para hablar de algunos barrios o el palacio Borguese, donde estaba mi puesto en la Embajada española.
Roma es una ciudad donde uno puede comenzar a juntar los retazos de una tradición rota, y sin la cual el mundo nos parece un lugar bronco y hostil.
Durante la pandemia, Roma se vació de turistas.
Sí. La experiencia de ver la ciudad vacía es en todas partes impresionante, pero en Roma, todavía más. La experiencia de ver los monumentos romanos sin gente admirándolos por primera vez en siglos era muy espectacular, como la escena de una vieja actriz famosa en su época que cae en desgracia y nadie va a verla a su camerino. Daba un poco de pena ver la Fuente de los cuatro ríos de Bernini en Piazza Narvona sin nadie; era una imagen de una belleza inquietante. Y, luego, hay una segunda parte de la pandemia, en la que los turistas aún no habían vuelto y, por primera vez en sesenta o setenta años, los romanos recuperaban su ciudad y volvían a jugar al fútbol en Piazza de Espagna.
¿Cómo encaja el turista en Roma? En su caso, ¿se puede decir que el peor turista es el que no viene o, como sucede en otras ciudades europeas, hay un exceso de turismo y hay que atraer otro tipo de viajeros?
Uno de los aspectos que trato en el libro es que el viajero del Gran Tour del XVIII no era más elevado que el turista de hoy. En aquella época, el gran turismo tenía mucho de turismo de borrachera o sexual, y algunos hábitos que hoy nos pueden parecer síntoma de vulgaridad, como hacerse un selfie, también lo hacían los grandes turistas, que pagaban a retratistas para que hicieran un retrato con una ruina ilustre detrás. Con lo cual, no hay que pensar que aquel era un turismo ilustrado y el de hoy un turismo vulgar prescindible y execrable. Hay quien aprovecha más y quién aprovecha menos; pero creo que todo el mundo aprovecha un viaje a Roma y cito a Goethe, que suscribo, cuando dice que “hasta el individuo más vulgar se convierte cuando viaja a Roma porque así adquiere una visión menos vulgar de la vida”.
Pero el encuentro con la belleza y el gran arte ennoblecen la mirada, y es necesaria una defensa del turismo de masas, porque me parece una consecuencia de la democracia. Por supuesto, no ignoro las consecuencias nocivas que tiene para la población local, ni los posibles efectos medioambientales. Dicho esto, me parece una cuestión más digna de regulación que de prohibición absoluta o de desprecio.
En el libro nos llevas por la gran Roma monumental e histórica, más conocida, y también por la de los barrios más populares, la Roma medieval, la de la arquitectura fascista, que son Romas menos conocidas.
Hay muchas Romas, y seguramente las más conocidas sean la Roma imperial de los césares y la Roma barroca y monumental de los papas, que conocemos incluso sin haber ido nunca. Pero cuando llegas a la ciudad ves que hay unas Romas de la misma importancia. Una de ellas es la Roma fascista, ante la que, aunque uno llegue con prejuicios, se da cuenta de que estéticamente es apreciable.
También está la Roma de la periferia, muy cantada por la literatura y sobre todo por el cine: es la roma neorrealista del primer Fellini, de Rossellini y sobre todo de Passolini. Para alquien que tenga la suerte de extender su estancia en Roma, no dejaría de recomendar paseos por esa Roma de la periferia.
La iglesia católica es indisoluble de Roma. Apuntas que todas las plazas de Roma tienen iglesia, dedicas páginas al papa y la Iglesia…Roma es la capital del cristianismo y eso es algo que un viajero no puede obviar, solo sea ante el ingente patrimonio que tiene ante sí.
Respeto por la iglesia. Uno de los rasgos fabulosos de la ciudad es el binomio inextinguible que hay entre lo sacro y lo profano, entre el mundo pagano y el mundo cristiano, que conviven y armonizan bien; le quitas cualquiera de esos dos componentes a la ciudad y ya dejaría de ser Roma. Tienes por un lado los torsos desnudos de las estatuas y, por el otro, las reliquias de los santos en las iglesias. Los amantes del arte y aquellos con una inquietud espiritual.
Y tú, ¿en qué punto estás?
¿Quién soy yo escribiendo este libro? Pues un agnóstico que no duda en reconocer que su cultura es de matriz cristiana, y que no siente ni un gramo de anticlericalismo en su ser. Entiendo que, aunque Italia se funda en cierto sentido contra los papas, nunca ha entrado en Roma una actitud anticlerical, lo cual es normal porque está el papado, pero no es una ciudad más creyente o devota que, por ejemplo, las ciudades españolas. Roma es una ciudad occidental también tocada por la secularización, pero lo que sí ocurre es que hay una tolerancia mucho mayor con los ritos religiosos populares.
Una presencia importante en el libro es la de España. Su legado, su participación histórica, los creadores españoles que han residido allí…
La huella de España en Roma es potentísima. Quizá seamos el país extranjero más presente en la historia de la ciudad, en cuatro momentos: en la Antigüedad, con los emperadores hispanos; luego, a partir de los Reyes Católicos, cuando comienza el predominio de España como principal potencia católica europea. Hay papas españoles, como los Borgia, se erigen muchas iglesias pagadas por monarcas españoles, nace la misión diplomática permanente más antigua del mundo, que es la embajada española ante la Santa Sede, pero también suceden episodios menos edificantes, como el Saco de Roma, llevado a cabo por soldados alemanes y españoles, un episodio absolutamente infernal del que no debemos estar orgullosos. Luego está la Roma de Velázquez, que pinta esas dos telas maravillosas de Vía Medici que anticipan el impresionismo con dos siglos de adelanto.
Y, por último, está el episodio de nuestros exiliados en el siglo XX, entre quienes yo menciono a Rafael Alberti, María Zambrano y Ramón Gaya, cuya vida en Roma está bastante documentada.
Y, por último, arrojas luz sobre Romas que están casi desaparecidas ú olvidadas, como la medieval, la judía, la de los Saboya…
Mil años de Roma y su historia medieval desaparecidas por decisión de Mussolini, porque para hacer aflorar todas las ruinas del pasado glorioso del imperio necesita arrasar todos los barrios medievales… Permanecen algunas torres y es bonito salir a encontrar la Roma medieval. También está la Roma de la monarquía Saboya, la Roma que hizo de la ciudad la capital del nuevo estado italiano, que deja la huella de Piazza Venecia o del Vitoriano.
Tenemos también la Roma de la Dolce Vita, la de Vía Veneto y Fellini, y desde luego tenemos la Roma judía, cuya historia conmovedora hay que conocer. Los judíos de Roma son posiblemente la primera comunidad de la diáspora. Llegan después del saqueo del templo de Jerusalén después de Pompeyo y se instalan en el barrio del Trastévere. Los antiguos romanos, que son un pueblo que vivía en la diversidad de costumbres, eran capaces de rezar a cualquier dios, pero rechazan al dios de los judíos porque no entienden los conceptos de monoteísmo y de pueblo escogido. Hay un choque desde el principio, les persiguen como hacían con los cristianos y esa tradición antijudía, que recoge posteriormente el cristianismo cuando se convierte en la religión oficial del imperio, perdura a lo largo de los siglos. Es una historia tremenda. En el siglo XVI se declara la creación del gueto, que son tres o cuatro calles donde se obligó a los judíos a vivir en la más pura miseria durante más de tres siglos, hasta que con la unidad de Italia la monarquía constitucional suprime las discriminaciones y arrasa el viejo gueto, que todavía existe pero sin el aspecto que tuvo durante tres siglos, que solo se puede ver en algunas acuarelas y grabados. Y no dejemos de olvidar el episodio final de tormento que es la ocupación nazi de la ciudad, donde hay unas sacas y miles de judíos romanos acaban en Auschwitz.
Y ya para terminar, volvemos al comienzo… ¿qué te ha quedado por escribir? ¿Dónde pondrías el foco en una segundo volumen sobre Roma?
Silvio Negro, que era el cronista de la ciudad, cuando le preguntaban cuánto tiempo hacía falta para conocer Roma, respondía “para decir que se ha estado, hace falta tres días. Para visitarla, un mes. Y luego, hay un cierto tipo de viajero al que no le basta una vida”, y así se llama su libro, “Roma no basta una vida”. Y yo tuve el inmenso privilegio de experimentar esa impotencia. Todavía hoy me llegan noticias de iglesias que no conozco, de pintores que no estudié bien, poetas cuya estancia no documenté, y podría haber seguido escribiendo el libro, pero tuve que dejarlo en un momento dado. Hay cosas que descubrí tarde o no descubrí, y estoy esperando a una próxima ocasión para descubrirlas.
¿Ha llegado esa ocasión? ¿Has vuelto a Roma?
He vuelto porque habían abierto por fin el mausoleo de Augusto, y quería conocerlo, pero fue un viaje relámpago y turístico (risas). De todos modos, los europeos, cuando vamos a Roma, no la visitamos; nos reencontramos con ella. Roma es una ciudad donde uno puede comenzar a juntar los retazos de una tradición rota, y sin la cual el mundo nos parece un lugar bronco y hostil.
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