Viajar a Irlanda sin salir de casa es lo que te va a pasar al leer “Mi isla”, la obra de uno de los escritores irlandeses más talentosos, el inefable Brendan Behan, que en este volumen nos cuenta la Irlanda más verdadera, la suya.

A Brendan Behan le descubrí hace ya algunos años, cuando también Marbot publicó su Mi Nueva York, una recopilación de recuerdos neoyorquinos a medio camino entre la dipsomanía y trompetazos de talento con sordina del que disfruté mucho y en la que, lejos de retratarme una ciudad anclada en la mitomanía de los Cincuenta, lo que hizo fue contarme una ciudad muy parecida a la que me contaba mi gran amigo Ralph, cuando le daba el aguijonazo nostálgico y me hablaba del bar que tenía en Hell’s Kitchen, antes de pinchar en Arizona y encontrar petróleo en plena crisis de los Setenta… Pero me pierdo, como siempre que hablo de Nueva York, y aquí de lo que se trata es de constatar que sí, que gracias a aquel Nueva York y a este de ahora Mi isla, constatamos una vez más que a la literatura en inglés le dan fuste desde hace mucho escritores no ingleses y que entre ellos debe entrar, sí o sí, Brendan Behan.

 

casa en inisheer foto de leon dolman. Las Islas de Aran, brújula mística de Irlanda, en Tu gran Viaje

 

Aquí, Behan está en la plenitud de sus facultades literarias, contando la Irlanda que siente del mismo modo que si fuera un bardo: apenas le falta el fiddle con el que puntear las diatribas a las que da forma. Se patea los pubs de la isla y se explaya y dejan que se explayen con él. Se asoma al Dublín en que nació y que apenas ya no existía cuando se publicó este libro originariamente -en 1962-, y lo hace metiéndonos en las casas y en los pubs -sobre todo, en los pubs- y narrándonos cómo la ciudad se transformó y se fue deshilachando por el camino, o sus encuentros con Yeats; se emociona cuando habla de Killarney“(…) hay dos cosas que no me han decepcionado: el primer sorbo de champán y mi primera mirada a los lagos de Killarney”– o el Ring of Kerry, del irlandés que se conserva y se habla en la península de Dingle, de las leyendas de las islas de Arán…

 

 

En el libro tuvo mucho que ver Paul Hoggart, y no tan solo -que también- por las ilustraciones que lo acompañan y que recuerdan, como bien señala él mismo en el prólogo del libro, al Cuaderno irlandés de Tackeray. Hogarth -que también ilustró el Mi Nueva York de Behan de Mabot, o el Queridos Mallorquines de Robert Graves editado por Olañeta- fue el artífice del libro en la medida que fue quien viajó por todo el país buscando lugares que ilustrar y que proponerle a behan, quién le impuso disciplina y supo emborracharse con él, quién se le llevó a Connemara para trabajar en el libro y quien, cuando se dio cuenta de que era imposible sentar a Behan delante de una máquina de escribir, tuvo la feliz idea de ponerle delante de una grabadora ante la que Behan se explayaba respondiendo temas y preguntas planteadas por el editor del libro sobre el itinerario de Hoggarth –Dublín, Connemara, Arán, Meath, Killarney, Sligo, Donegal, Ulster…

Con todo, es Behan el autor del libro: es él quién engarza descripciones repletas de lirismo y erudición en una prosa que tintinea aún en esta versión traducida -y muy bien, por cierto- y suyo es todo el mérito y todo el saber mirar al fondo del carácter de una isla -más que un pueblo- y que mira de tú a tú a esos otros vistazos a Irlanda que dieron Heinrich Böll o John Synge.

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