Si crees que todos los lugares son iguales, tienes que viajar a Uzbekistán, el joyero de la Ruta de la Seda. ¡No volverás a pensarlo!
Estamos todos de acuerdo en que el mapa mundi es, cada vez, más pequeño, y que internet, los vuelos de bajo coste y las franquicias internacionales de moda hacen que, a veces, no sepamos en qué lugar donde estamos de parecido que es al de dónde venimos. Eso no nos va a pasar al viajar a Uzbekistán, en el corazón del Asia Central donde, aunque la modernidad también -y afortunadamente- ha llegado -ahí está su capital, Tashkent, para demostrarlo-, cualquier rincón por el que pasemos nos hará sentir como auténticos descubridores.
El joyero de la Ruta de la Seda
Desiertos y desfiladeros que parecen transplantados de otro planeta, ciudades milenarias de nombres míticos –Ichan-Kala, Bukhara, Shakhrisabz– repletas de palacios, mezquitas, ciudadelas y zocos que llevan siglos asombrando a todos los viajeros y, desde luego, y por encima de todo, Samarkanda, la capital de la Ruta de la Seda, donde el Síndrome de Stendhal acecha en cada esquina de la plaza de Registán, con sus tres imponentes madrasas, ante la que el mismo Marco Polo caería, otra vez, desmayado al contemplar la portada multicolor de la madrasa de Ulugh Beg, los leones que protegen la de Shir-Dor y el patio de la de Tilla-Kori…