Un viaje por Cantabria que servirá a sus protagonistas para madurar, amar, enfrentar la muerte e ilusionarse por la vida: ya está aquí Diecisiete, la quinta película de Daniel Sánchez Arévalo, estrenada en cines hace unos días y que Netflix pone en los salones de nuestras casas a partir del viernes 18 de octubre.
La premisa es simple: Héctor es un chaval a las puertas de la mayoría de edad -que no de la madurez, que de eso la vida ya le ha procurado- habitual de centros de menores. Con una inteligencia por encima de la media, y problemas de socialización, participa en una terapia de reinserción con perros, donde conoce y adiestra a Oveja, del que se convierte en inseparable en las visitas semanales al centro. Pero alguien adopta al perro, y Héctor no tiene mejor idea -cuando está a punto, además, de terminar su internamiento- que escaparse y buscarlo, reclutando para ello a su hermano Ismael y a su abuela Cuca, a quién saca del hospital.
Juntos, y a bordo de una vieja caravana, recorrerán una Cantabria bellísima en busca de Oveja. “Yo quería que la película estuviera muy pegada a la realidad, que transpirara mucha verdad, que contara una historia sencilla, sentida, íntima, pequeña de espíritu, pero que supurara mucha verdad”, confiesa Sánchez Arévalo durante la entrevista. “Diecisiete ha estado marcada por decisiones encaminadas a hacer de ella una película con los pies en el suelo: en las interpretaciones, en los diálogos, en la fotografía… incluso la cámara siempre está tocando suelo, no he sucumbido a la tentación de usar al dron para hacer planos aéreos”.
Diecisiete es, tal vez, la más íntima y concentrada de las cinco películas del director, y en ella afila al máximo su diseño y dirección de personajes, para quienes pinta una historia que, de puro verosímil y sencilla -que no simple: sin artificios- deja a quien la ve con ganas de más (y abrimos spoilers), de seguir sabiendo cómo le irá a Héctor en el centro, si Ismael regresará con su chica, qué pasará con la abuela Cuca e, incluso, qué pasará con el certamen de vacas… pura realidad, congoja, empatía absoluta con las idas y venidas y dolores y alegrías e, incluso, risas -de todo hay- por las que pasa un reparto corto y en permanente estado de gracia. “Durante la película hay cierta incertidumbre, porque todo lo que quería que pasara fuera de verdad, que no hubiera nada preparado ni impostado; dejar que la vida suceda y capturarlo, y luego ya veo yo como lo cuento y lo monto…”
Y así es el transcurrir por la película de Héctor, el menos-adolescente-de-lo-que-parece protagonista, interpretado por un Biel Montoro en permanente estado de gracia y que se come le película de principio a fin. Inteligente, decidido, cariñoso, alerta, valiente, temerario, retraído… no parece de este mundo el reino de Biel, que se echa a la familia a la espalda -una abuela Cuca interpretada por Lola Cordón y un Ismael, Nacho Sánchez, que es el hermano mayor solo porque lo pone en el DNI- y adiestra al perro Oveja -que es, a este lado de la pantalla, un perro real de protectora al que Biel, tras el rodaje, adoptó- como si no hubiera hecho otra cosa en la vida. Hay otros personajes bien marcados -el primo, a cuestas con el nicho del abuelo común; la instructora, la única persona que, en un comienzo, se preocupa de Héctor-, pero es Biel el que se come la película, gracias a un personaje que es una perita en dulce.
“El trabajo con Biel fue muy minucioso, muy laborioso, de mucha investigación”, cuenta Sánchez Arévalo. “Yo quería hablar de Héctor, un chaval en apariencia raro, que no sabes muy bien qué le pasa, y a través de él quería poner el foco en estos chavales a los que la sociedad y el entorno califican de frikis, sufren de bulliyng y exclusión social, se cierran mucho en sí mismos, y que no tienen la atención necesaria alrededor, ya sea terapéutica o sicológica, a alguien que les haga un diagnóstico que les haga cuál es su trastorno o su condición, y eso les deja en un limbo donde sufren mucho.”
Por eso quería investigué muchísimo, hablé con psicólogos trabajan con chavales del espectro autista, del espectro Asperger, y Biel también hizo mucho trabajo de campo para saber que, si bien cada chaval es un mundo, intentar que la composición del personaje tuviera una base muy realista. Para que todo tuviera esa base de vida, de verdad, trabajé desde el guión codo con codo con una persona que ha trabajado en muchos centros de menores; con fiscales de menores, que me han asesorado en qué tipo de delitos pueden llevar a un chaval a un centro. Y en cuanto al trabajo con los perros, son todos de protectoras, ni amaestrados ni entrenados. El momento del encuentro entre Biel y Oveja lo rodamos de verdad: los juntamos muchos días durante horas, así pasaban las semanas y el vínculo que se crea entre ellos dos es real. Yo quería que el vínculo transpirara, darle verosimilitud, porque cuando en la película pasamos al viaje de los hermanos, y la ficción se mueve más a sus anchas, el resultado siguiera resultando cercano e íntimo.”
Como Primos, como La gran familia del mundo, Cantabria es también un personaje destacado de Diecisiete. Sánchez Arévalo es madrileño de orgullosa ascendencia cántabra, y en su película, la Tierruca luce bella como en pocas ocasiones. “A diferencia de Primos, que está rodada en Comillas y es una pelo más de mar, quise que Diecisiete fuera más de tierra adentro, más pasiega. Hemos rodado por toda la región, por Liendo, por Torrelavega, por costa, pero yo no quería haer una postal, quería que el paisaje se integrara. Que tuviera protagonismo, por supuesto, pero que estuviera integrado dentro de la historia de un modo natural y le diera sentido. De ahí las decisiones meditadas de no usar drones, porque pensaba que, si ya de por sí Cantabria es tan bella, no hace falta alguna. Básicamente colocas la cámara y que Cantabria se muestre por sí misma”.
“Pero, sí, es verdad. Hay un amor mío enorme por Cantabria por lo que supone para mí de paz, de estar a gusto, de sentirme como en casa. Y en un mundo en el que vivimos, donde a mí me agobia mucho el cambio climático, de repente en Cantabria encuentro siempre ese refugio. Pero, como curiosidad, rodamos en septiembre y octubre porque la idea era jugar con ese clima cambiante de Cantabria, que nos venía bien al tono agridulce de la peli; y Diecisiete es luminosa. Nos llovió un ratito dos días, con lo cual es preocupante: jóder, algo muy mal estamos haciendo para que no llueva en otoño en Cantabria”.