No hay que atravesar el planeta para sentir la emoción de un gran viaje. A un paso de casa, tan cerca que incluso nos saludamos desde las dos orillas del Mediterráneo, aguarda Marruecos, uno de los destinos de viaje más excitantes del mundo, y que lo tiene todo: desde las laberínticas medinas de Fez y Marrakech hasta las dunas doradas del desierto del Sáhara, pasando por los paisajes verdes del Atlas y la brisa salada de la costa atlántica, cada rincón marroquí invita a una experiencia sensorial inolvidable.

Una colección infinita de estímulos viajeros que Logitravel pone a nuestro alcance con su selección de ofertas para viajar a Marruecos y dejarse llevar por la magia del país alauí.

 

 

Un país, mil tesoros viajeros

Una de las mayores sorpresas que Marruecos guarda para los grandes viajeros es la diversidad de sus paisajes. En un mismo itinerario se puede pasar de las montañas nevadas del Alto Atlas a las dunas del Erg Chebbi, o de la tranquilidad de un pueblo pesquero como Essaouira a la intensidad de los zocos de Marrakech. La cordillera del Atlas, con sus aldeas bereberes y senderos que se pierden entre valles, es el lugar ideal para los amantes del trekking y la naturaleza. Más al sur, el desierto del Sáhara extiende su manto infinito: recorrerlo en dromedario al atardecer y dormir bajo las estrellas en una haima es uno de esos recuerdos que se graban para siempre.

 

© SCStock / Shutterstock

Por otro lado, las ciudades imperiales —Rabat, Fez, Meknes y Marrakech— condensan siglos de historia y cultura en sus murallas, palacios y mezquitas. En ellas se puede sentir la huella de dinastías pasadas, de rutas comerciales y de un mestizaje que ha dado forma a una identidad única. Marrakech, la ciudad roja, es quizás el punto de partida más habitual. Su energía es contagiosa: la plaza Jemaa el-Fna vibra de día y de noche con encantadores de serpientes, músicos, contadores de historias y puestos de comida que ofrecen desde caracoles hasta brochetas de cordero especiado. La medina, Patrimonio de la Humanidad, es un laberinto fascinante donde perderse entre zocos, riads y madrazas. Fez, en cambio, guarda un alma más introspectiva. Su medina, la más grande del mundo sin tráfico rodado, es una ciudad medieval viva. Allí, los tintoreros tiñen el cuero en curtidurías milenarias mientras los artesanos trabajan el latón o la cerámica siguiendo técnicas ancestrales. Es el lugar perfecto para entender la complejidad y riqueza de la cultura marroquí.

 

 

Por su parte, el riquísimo legado arquitectónico de Meknes la convierte en Lugar Patrimonio de la Humanidad: la monumental puerta Bab Mansour, los graneros reales de Moulay Ismail y la medina, y la cercana Volúbilis (Walili), vestigio de un flamante pasado romano, que fuera fundada como capital de la provincia romana Mauritania Tingitana en el siglo III a. C. La UNESCO también reconoce como Patrimonio de la Humanidad a Rabat: el conjunto arqueológico de Chellah, la Kasbah de los Oudayas, la muralla, los muros y puertas Almohades, la mezquita de Hassan, la Medina, la ciudad nueva y el Mausoleo de Mohammed V son auténticas joyas. Y otra visita imprescindible es Chefchaouen, la ciudad azul, cuyas calles empedradas y casas teñidas de añil parecen salidas de un sueño: un destino ideal para descubrir un Marruecos diferente.

 

 

La magia de las leyendas espera también en la mítica Ouarzazate, parada de las caravanas que atravesaban el desierto y cuya especial arquitectura hemos visto en infinidad de ocasiones en el cine y la televisión. Al llegar aquí, por carreteras que discurren entre pueblos bereberes encaramados a las laderas y bosques de cedros, la imaginación vuela hasta los paisajes de Gladiator o Juego de Tronos: caminar sin prisa por la kasbah de Ait Ben Haddou es toda una experiencia viajera. 

 

Los tesoros sin fin de las ciudades de Marruecos | Tu Gran Viaje
© Shutterstock

 

Desde allí, la magia de Marruecos continúa llamándonos dirección este, atravesando las gargantas del Dades y del Todra, para finalmente desembocar en Merzouga, en pleno Erg Chebbi. Y para los espíritus aventureros, el gran sur marroquí, entre oasis, valles de palmeras y antiguas kasbahs de adobe que parecen detenidas en el tiempo y con rutas menos transitadas, espera con un Marruecos más profundo y auténtico. El Valle del Draa, con sus aldeas ocultas y palmerales infinitos, es una joya aún poco conocida. Las pistas en 4×4 conducen a lo largo de antiguas rutas caravaneras, donde la tierra cambia de color a cada kilómetro: del ocre al rojo, del amarillo al gris volcánico. Aquí se siente el Marruecos más ancestral. Dormir en una haima bajo el cielo estrellado, caminar entre dunas infinitas o vivir la experiencia de un amanecer en el desierto son momentos que transforman a cualquier viajero. 

 

 

Y, aunque menos conocida, la franja atlántica de Marruecos guarda también grandes sorpresas. La parada imprescindible está en en Essaouira, la ciudad blanca, con su puerto lleno de barcas azules, sus callejuelas tranquilas y su aire bohemio. Esta ciudad amurallada es ideal para descansar después de días intensos, con una gastronomía deliciosa basada en pescado fresco y mariscos. Más al sur, destinos como Agadir o el pueblo surfero de Taghazout combinan el ambiente relajado de playa con actividades al aire libre. Desde aquí, muchos viajeros aprovechan para hacer escapadas hacia el interior, explorando parques naturales o pequeñas aldeas bereberes del Anti-Atlas.

 

© Balate Dolin / Shutterstock

 

La exquisita gastronomía de Marruecos, un viaje en cada plato

Viajar a Marruecos también es una aventura culinaria. El tajín, servido en cazuela de barro con cordero, ciruelas y almendras, el cuscús tradicional, preparado con esmero para los viernes, o la pastilla, una empanada crujiente de hojaldre, rellena de carne de ave con almendras y canela, representa a la perfección esa fusión entre lo dulce y lo salado que define la cocina marroquí. son las estrellas de la gastronomía marroquí. Las especias, el aceite de argán, la menta fresca, los dátiles y las olivas crean un universo de sabores que se transforma en cada región. Y nada mejor que acompañar la comida con un té verde a la menta, servido con gesto ceremonioso, como muestra de hospitalidad.

 

Un paraíso para el turismo activo

Marruecos es un destino muy versátil que se adapta a todo tipo de viajeros. Quienes buscan aventura encontrarán su lugar en rutas en 4×4 por el desierto, excursiones en globo sobre el palmeral de Marrakech o surf en las olas de Taghazout. Los amantes de la cultura pueden sumergirse en la historia de las ciudades imperiales o recorrer los talleres de artesanía.

 

 

Los recorridos en camello o 4×4 por las dunas de Merzouga y las de Erg Chebbi,  son especialmente populares para experiencias de camping bajo las estrellas, safaris en quad y paseos en dromedario; el valle de Ourika, en el Alto Atlas, y el Parque Nacional de Talassemtane, en el Rif, son idóneos para realizar rutas escénicas, bien de senderismo o en bicicleta. Y, para los aficionados al parapente, as montañas del Medio Atlas y el Rif ofrecen condiciones excelentes para su práctica; y la región de Chefchaouen, con sus hermosos paisajes montañosos, es espectacular.

 

 

Marruecos no es solo un destino; es una puerta abierta a otro mundo. Es tradición, es paisaje, es sabor, es música, es historia y es hospitalidad. Viajar a Marruecos es sentir la emoción del gran viaje en un destino fascinante: y nunca fue tan fácil y tan accesible lanzarse a la aventura.