A doscientos kilómetros de París y a un golpe de tren de alta velocidad, el Louvre se ha desdoblado en Lens, una ciudad maravillosa que es destino de miles de personas gracias a un edificio que merece por sí mismo la visita a la ciudad.
El Louvre de París es el museo de arte por excelencia. Su colección de obras maestras no tiene rival y su visita, cuando se viaja a la capital francesa, es obligada. Pero precisamente por todo eso la experiencia puede no ser todo lo satisfactoria que uno quisiera -pocas veces te encontrarás en tus viajes una aglomeración mayor que la que se produce siempre ante La Gioconda– y eso, sumado a que es imposible exponer y dar a conocer al completo la increíble colección del museo -¡casi medio millón de obras de arte!-, conviertieron el proyecto de abrir en Lens un Louvre más “pequeño” en una excelente idea y en otra razón más para poner rumbo a esa esquina del norte de Francia que es la región de Nord-Pas de Calais.
Un trozo de zen japonés en la melancólica y fabril Lens: a un paso de París a golpe de tren de Alta Velocidad, el Louvre ha abierto una “sucursal” que no solo es uno de los museos más visitados del Hexágono si no, también, una obra de arte donde mandan el aluminio y la luz natural: una construcción de un solo nivel -para que el hombre mire de tú a tú al arte- obra de los arquitectos japoneses ganadores del Pritzker en 2010 Ryue Nishizawa y Kazuyo Sejima, de la agencia Sanaa…
Apenas diez minutos a pie se tarda en recorrer el trayecto entre la estación de Lens, donde llega el tren de alta velocidad de París, y el museo, que se levanta discreto en medio de un parque de veinte hectáreas -que a su vez ocupa los terrenos sobre los que se levantaba el pozo de una antigua mina de carbón- en un barrio tranquilo de la ciudad. El edificio rezuma paz y serenidad: no puede negar su paternidad japonesa -es obra del estudio SANAA de Tokio- en sus volúmenes de cristal y aluminio, en los que entra una luz tamizada que te acompaña muy tranquilamente en tu visita por el museo para que nada te distraiga del disfrute de su exposición, formada por doscientas cincuenta obras en las que la estrella es el cuadro de Delacroix La libertad guiando al pueblo.
El Louvre-Lens no tiene una colección en propiedad sino que se nutre de exposiciones temporales de fondos del Louvre parisino, por lo que la variedad está asegurada: Una parte de la exposición visible permanecerá durante cinco años, tras los cuales será sustituida por otra de similar calidad, (tras los cuales rotará con otras piezas de similar calidad) y simultáneamente salas adyacentes irán mostrando exposiciones temáticas de duración más corta (de tres a seis meses). En la Galería del Tiempo (un pabellón de 120 metros de longitud) se despliega la exhibición más estable (a renovar en cinco años) que abarca desde arqueología de Mesopotamia, Egipto, Grecia y Pompeya hasta el romanticismo del siglo XIX. Hay para todos los gustos: pinturas y esculturas de grandes maestros: –Pietro Perugino (San Sebastián), Joos van Cleve, El Greco, Georges de La Tour (Magdalena penitente), Poussin, Rembrandt, Rubens, Goya (Retrato de Mariana Waldstein, marquesa de Santa Cruz)-, sarcofagos egipcios y etruscos, cerámicas francesas de los siglos XVI y XVIII…)
Un recorrido por lo más destacable del arte mundial
En definitiva, un recorrido muy completo por la historia del arte mundial pero de un modo nada agresivo sino por el contrario, muy didáctico y accesible. Todo está expuesto al nivel del espectador, las salas son de dimensiones contenidas… Un ejemplo a seguir por otros museos. Y, para que recuperes fuerzas tras tu festín de arte, justo enfrente del museo hay una modesta brasserie –Chez Cathy– (220 rue Paul Bert), una cantina típica de barrio que ha sabido aprovecharse de la apertura del museo y donde se puede dar cuenta de buena comida rápida y algunos platos más tradicionales de la zona.