Seguimos en ruta por la provincia de Cádiz acompañados del libro “Los 101 pueblos más bonitos de España en 30 etapas”, escrito por Clemente Corona y editado por AlhenaMedia. En la segunda etapa de nuestra ruta por Cádiz, vamos a descubrir algunos de los tesoros naturales más espectaculares de la provincia, jalonados por los pueblos de Alcalá de los Gazules, Ubrique y Grazalema.
Volvemos sobre nuestros pasos hasta Medina-Sidonia, desde donde primero la carretera A-381, que corre paralela a la autovía, nos va a dejar en Alcalá de los Gazules, a las puertas del Parque Natural de Los Alcornocales, famoso por que, cada otoño, los más de 35.000 ciervos que viven en el parque protagonizan el impresionante espectáculo de la berrea, en el que los machos se baten en lucha sin cuartel para cubrir a las hembras.
Alcalá de los Gazules, en lo alto de una peña, tiene a gala ser el lugar dónde se crió Alejandro Sanz, y nos espera con la estampa típica de la zona: calles estrechas y empinadas en las que el blanco es omnipresente y que domina, en lo más alto, el castillo, que conserva su torreón.
Desde Alcalá, seguimos la A-375 hasta la industriosa Ubrique, una de las capitales mundiales del cuero -las mejores marcas mundiales elaboran aquí sus productos, y incrustada en la cuña en que se encuentran el parque natural de Los Alcornocales y el de la Sierra de Grazalema. Desde Ubrique, la A-374 nos va a llevar hasta el pueblo de Grazalema atravesando una auténtica “selva” mediterránea que muy pronto nos va a desmontar, en el caso de que lo tuviéramos, el tópico que dice que en el sur no llueve.
Y es que estas frondosas sinuosas tierras gaditanas de quebradas, gargantas y alcornocales en las que se asoman, de repente, alquerías que apenas han mudado de aspecto en siglos, es el lugar de España donde más llueve (en cantidad, que no en días). El parque está cerrado por sierras -la de Llanos de Jérez, al oeste; la de Ronda, al este; la de los Algodonales, al norte; y la del Aljibe, al sur- que crean valles, vaguadas y gargantas que atesoran una riqueza natural casi sin igual en la península, pobladas de acebuches, algarrobos, encinas, quejigos y abetos pinsapares, una especie protegida que tiene en esta sierra un auténtico santuario, el Pinsapar, declarado Reserva de la Biosfera.
Muchos de los picos superan los 1.500 metros de altitud -San Cristóbal, El Torreón, el del Águila-, y la inmensa cantidad de agua que cae sobre el parque -más de 2.000 litros al año por metro cuadrado- rebosa en cascadas y gargantas como La Seca o La Verde.
Esa misma naturaleza exuberante rodea a Grazalema, que además de ser la base idónea para explorar el parque, merece -y mucho- nuestra atención por sí mismo. Enclavado en un valle, repite el entramado urbano de los demás pueblos blancos -callejero abigarrado, fachadas blancas, calles estrechas-, en este caso enriquecido por sus tradicionales telares -que fueron tantos y tan prósperos que el pueblo, durante el siglo XVIII, fue conocido como “el Cádiz chico”– y pequeñas fábricas artesanales de chacinas, dulces y quesos.
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En la entrada del pueblo hay un aparcamiento donde dejar nuestro coche y desde donde nos dispondremos a explorarlo calmadamente. La rotunda iglesia de Nuestra Señora de la Aurora, del siglo XVIII, se asoma a una plazoleta de gran sabor, con bancos en los que siempre hay vecinos conversando. En la iglesia de San José hay cuadros de la escuela de Murillo, y el mirador de la plaza nos brinda unas vistas estupendas del contorno del pueblo.
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