Un parque nacional en una esquina del Rajastán donde se esconde un puñado de tigres, amenazados de extinción: un lugar perfecto para enmarcar un recuerdo viajero imperecedero.

Hasta que me tropecé con uno, ni siquiera había pensado en tigres cuando anduve por el norte de la India (y eso que es el animal nacional del país). Y eso que el parque nacional de Ranthambore, en el Rajastán, (a unos 130 kilómetros de Jaipur) es lugar de peregrinación obligada para los amantes de los tigres: uno de los mejores lugares del mundo para poder contemplar, en todo su esplendor, a una de las criaturas más fascinantes que te puedes encontrar en el planeta (y que está, claro, amenazadísima: se calcula que hoy hay en la India apenas 1.400 tigres. En el parque, según el último censo, apenas hay 26).

 

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Annie Spratt

 

Ver los tigres de Ranthambore, una auténtica lotería

La jornada comienza tan pronto como al amanecer, pues cuanto antes llegues al parque, más posibilidades tendrás de avistar tigres (abrevan temprano: en cuanto despunta el sol, comienza a subir la temperatura y eso, en el Rajastan, quiere decir más de 40ºC). Hay unos 10 kilómetros entre la ciudad más cercana, Sawai Madhopur, y la entrada al parque (tomada por los monos), vigilada desde lo alto por el imponente fuerte de Ranthambore, construido en el siglo X y desde donde se domina el parque en toda su extensión. Dentro del fuerte hay tres templos, consagrados a Ganesh, Sivha y Ramlalaji, que son lugar de peregrinación para sus devotos (así que te puede suceder como a mí, y ser testigo de una peregrinación en la que miles de creyentes van a pedir favores).

 

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© Tu Gran Viaje

 

Una vez en el parque, comienza la búsqueda del tigre. El jeep va de un lado a otro con marchas cortas y sus conductores de pie, oteando en todas direcciones y comunicándose consignas y pistas por los walkies con los otros jeeps que están desperdigados por el parque. Apenas reparas en las gacelas, los monos, los chitales, los dholes (parecidos a los zorros), los jabalís o las decenas de especies de aves: sólo tienes ojos para la promesa de tigre, para el conductor que avanza despacio por las veredas, para el tipo que pide callar y, sin darte cuenta, dejas de hacer ruido alguno y te conviertes en un viajero silencioso que crees que, con tu silencio, podrás invocar al tigre.

 

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Y así pasan los minutos que pueden convertirse en horas: y cuando ya te has rendido, cuando ya te has hecho a la idea de que no verás tigre alguno, el conductor manda callar, se sienta y pisa el acelerador y, en un fogonazo, tienes el tigre a unos metros de ti, en una loma, entre árboles banyan.

 

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Y cuando ya te has convencido de que eres un viajero realmente afortunado, sin baterías en tu cámara pero tus sentidos grabándolo todo, contando los cocodrilos que se refrescan en el Padam Talao, a los pies del Jogi Mahal, un templito, comienza de nuevo el ritual del silencio y la tensión porque allí, a tu izquierda, está una tigresa que viene al lago en tu dirección. Algunos minutos más tarde no parpadearás ante la estampa de la tigresa relajada, abrevándose en el lago, a apenas unos metros de ti. Hoy es un gran día, Gran Viajero. El mejor de todos.

 

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