Una lección de arquitectura y otra de historia impartidas en plena desembocadura del Hudson, frente a Nueva York, a la sombra de la Estatua de la Libertad y sumergiéndose en cómo creció ese gran país de inmigrantes que es Estados Unidos.




En mitad de la desembocadura del Hudson, en ese espacio que no está muy claro si aún es río o ya es mar, se encuentran dos de los grandes reclamos turísticos de Nueva York: uno más conocido, la Estatua de la Libertad, otro algo menos icónico pero probablemente aún más interesante: el Museo Nacional de la Inmigración de la Isla de Ellis.




Lo cierto es que, además de estar muy cerca, hay una relación evidente entre ambos: Miss Liberty era el gran faro simbólico que reclama que Europa le enviase a los “cansados, a los pobres, a las masas hacinadas que anhelan respirar en libertad”; y Ellis Island fue el punto por el que esas masas llegaron a Estados Unidos y fueron, o no, admitidas en el país.

 

Visitar el Museo Nacional de Inmigración de Ellis Island | Tu Gran Viaje
Foto Gautam Krishnan / Unsplash

 

Fue esa gran puerta de entrada durante décadas: entre 1892 y 1954 y en ese medio siglo pasaron por allí millones de personas que en su mayor parte acabaron formando parte del famoso melting pot y en otros casos, los menos, tuvieron que emprender un viaje de vuelta que se hace difícil imaginar.




Después cayó en el olvido y el abandono por cerca de treinta años, hasta que el edificio principal del complejo fue restaurado, devuelto al aspecto que tenía durante la década de los 20 y usado como sede principal del museo que cuenta la apasionante historia de la inmigración en un país hecho de inmigrantes.

 

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© Carmelo Jordá

 

Beaux Arts para los recién llegados

A pesar de su cometido eminentemente práctico el gran edificio principal de Ellis Island se construyó en un cuidado estilo Beaux Arts, una estética importada de Francia pero muy en boga en el Nueva York de finales del siglo XIX y principios del XX.

 

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Lo cierto es que hay algo grandioso en esa arquitectura que se ve en muchos de los mejores edificios de la ciudad -por ejemplo en dos de mis favoritos: la Biblioteca Pública de la Quinta Avenida y la estación Grand Central– y que también encontramos en Ellis Island, que recibe al visitante con su entrada majestuosa e imponente nada más bajar del barco que viene de la Estatua de la Libertad. Es cierto que le han plantado delante una especie de porche metálico bastante feo, pero aún así la belleza de su fachada de ladrillo rojo y piedra blanca sobrevive por detrás, esperando al observador atento.



Una colección llena de testimonios

En el interior se encuentra una colección muy cuidada en la que se ofrece muchísima información sobre el fenómeno migratorio en los EEUU, con una mezcla equilibrada que abarca todo: las cifras, las consecuencias sociales, lo que podríamos denominar la parte estética de la cuestión y, muy especialmente, las historias humanas. Esto último es, obviamente lo más interesante o, al menos, lo más conmovedor: la anciana que tuvo que regresar dejándose a toda su familia en el recién alcanzado paraíso americano, los bisabuelos de uno de los vigilantes que ahora trabaja allí, los sueños rotos y los sueños cumplidos, los primeros años difíciles, las generaciones que fueron abriéndose paso poco a poco…

 

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Foto New York Public Library / Unsplash

 

Encontramos datos, explicaciones y testimonios, pero también objetos: documentos, cartas, billetes… e incluso bártulos de lo más variados que los inmigrantes traían consigo o, en otra parte de la exposición, viejos equipamientos del propio centro que se han rescatado del olvido. Realmente es un recorrido emocionante, en el que uno empatiza profundamente con las historias, dramáticas o alegres, que va conociendo y en el que también hay un canto a ese país que tuvo -y aún tiene- la capacidad para ofrecer una vida mejor a aquellos que la buscan desde casi cualquier parte del mundo.

 

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© Carmelo Jordá

 

Y una bóveda

Lo que más me gusta de Ellis Island, no obstante, es la gran Sala de Registro en la que no se conservan las diferentes divisiones que compartimentaban el espacio en la primera mitad del siglo XX, pero sí está como el primer día el techo que un inmigrante -mejor dicho, un hijo de inmigrantes- hizo para el edificio en 1918. Se trata de uno de los mejores ejemplos de las bóvedas tabicadas valencianas que los Guastavino exportaron a Estados Unidos con un éxito abrumador, refinando -y patentado- un sistema desarrollado a partir de la arquitectura popular y con el que intervinieron en cientos de edificios en los Estados Unidos, varios de ellos en Nueva York.

 

Visitar Ellis Island Museo Nacional de Inmigración Nueva York Tu Gran Viaje
Foto © Carmelo Jordá

 

El sistema triunfó porque era barato y muy seguro frente a los incendios, pero además los resultados son extraordinariamente elegantes, como ocurre en la gran sala de registro de Ellis Island, cuya bóveda de azulejos blancos se levanta airosa y tiene al mismo tiempo un aire utilitario y una cierta majestuosidad. 

Visualmente me pareció exquisita, pero además el tiempo la había hecho superar un prueba quizá aún más contundente: tal y como se recuerda en el espacio del museo dedicado a la restauración que se le hizo al edificio cuando fueron a arreglar la bóveda de Guastavino descubrieron sorprendidos que, después de décadas de abandono, sólo fue necesario reemplazar 17 de los 28.832 azulejos.



No sé qué les parecerá a ustedes, pero a mí el dato me llenó de orgullo: entre tantos millones de inmigrantes que pasaron por allí, uno español marcó la diferencia y dejó una huella inolvidable. Por cierto, que les decíamos en el titular que este es el segundo museo más emocionante de Nueva York y quizá algunos se pregunten cuál es el primero. Obviamente es el del 11S, desgarrador en algunos momentos, pero de eso hablaremos otro día…

 

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