Desde el momento en que lo reservas hasta el momento en que te vas: estar alojado en La Mamounia, uno de los mejores hoteles del mundo, es algo que brillará para siempre en tu biografía viajera.

En algún momento, el Gran Viajero -afortunado, afortunadísimo Gran Viajero, en una medida que puede no tener que ver con su capacidad económica pero sí, desde luego, con la de disfrutar y valorar el momento y la vida-, se da cuenta de que, efectivamente, está en uno de los mejores hoteles del mundo -el mejor, para quienes conocen muchos de ellos- y de que, sí, ese viajero es él.



Ese momento puede ser cuando una azafata del hotel, mostrando su nombre en un Ipad, le espera en el finger del avión y, ante el pasmo de sus compañeros de vuelo, le conduce sin pasar controles al exterior del moderno aeropuerto de Marrakech, en cuyo exterior le espera para trasladarse al hotel una berlina de lujo nada estridente -un Jaguar clásico- o un Jeep, un todoterreno de los que les gustan a quienes les gustan de verdad los coches.

 

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Ese momento puede ser también el de la bienvenida en la recepción, mecido por los aromas exclusivos del hotel, o cuando, un par de horas más tarde, tras haber dado unos largos en su piscina cubierta, vestida con mármol de Murano, alguien le sirve un zumo de naranja que sabe a ambrosía.

 

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Quizá el momento de la revelación le llegue mientras pasea por sus ocho hectáreas de jardines, a la sombra de los dos mil olivos centenarios y acariciando los aromas de los miles de rosales, mientras fuera de las murallas -que fueron de la ciudad en tiempos- oye cómo Marrakech, una de las ciudades más excitantes del mundo, vibra lejana, aunque su corazón esté a apenas unos centenares de metros.

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O tal vez, solo tal vez, ese momento llegue cuando, tras una intensa jornada pidiendo que se pare el tiempo en la plaza de Jmaa el Fnaa, el Gran Viajero regresa caminando al hotel, cruzando el jardín de la Koutubia y, tras haber disfrutado de su mesa reservada en Le Marocain, repleta de delicias gastro tradicionales, suba a la habitación, abra sus balcones al jardín, mire hacia los jardines, tenuemente iluminados, inspire fuertemente y descubra que sí, que la felicidad era, es, esto.




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