De Sidney a Estambul y de Buenos Aires a Nueva York, la herencia de los judíos españoles puede encontrarse en multitud de lugares.

El 31 de marzo de 1492, los Reyes Católicos promulgaron el edicto por el cual daban cuatro meses de plazo a los judíos no convertidos al cristianismo para abandonar el país. La orden no se hizo pública hasta el 29 de abril de aquel año, y es difícil saber el número de judíos que había en España en el momento de la expulsión. Parece que el decreto afectó, directa o indirectamente, a unas 40.000 familias. Al final, unos cincuenta mil partieron camino del exilio, diez mil del puerto de Barcelona; muchos con la vana esperanza de regresar algún día. El 31 de julio de 1492 abandonó su país el último judío. Muchos de los expulsados se dirigieron a Portugal, otros al norte de África, pero todos buscaban aquella tolerancia religiosa que no se les permitía en Sefarad.

 

Uno de los casos de expulsado más conocido fue estudiado por Fidel Fita, y es el del famoso judío de Illescas. Este señor anduvo por Italia, Salónica, Adrianópolis (Edirne), Bursa y Alejandría (o sea, por parte de la Turquía que vamos a recorrer). Después de tanto trasiego y desventura se volvió a España,  y motu proprio se entregó a la Inquisición (1514). Lo cierto es que desde el norte de África gran cantidad de éstos judíos pasaron a Estambul, donde lograron aclimatarse rápidamente y comenzando a prosperar. Pocas veces se recuerda que el sultán Beyazit II envió la Marina Otomana para traerse a muchos de nuestros compatriotas.

 

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Probablemente la Sinagoga Mayor fundada por sefarditas mallorquines, Bursa. Foto Cristina Bauzá de Mirabó

 

El gran historiador Yitzhak Baer, en su “Historia de los Judíos en la España Cristiana”, escribe que Turquía fue la única potencia que recibió a los desterrados con los brazos abiertos y sin poner condiciones o prevenciones excesivas, como cuadraba al conquistador bárbaro, cuyo pensamiento estaba puesto sobre todo en la elevación de la situación económica en los territorios conquistados y no en sutilezas religiosas”.

 

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Alejandria. Foto Cristina Bauzá de Mirabó

 

En general, el largo camino del exilio no fue fácil, muchos murieron y a otros les acompañó la suerte; por donde pasaban se iban instalando. Algunos de los que llegaron a Constantinopla (Estambul) se enriquecieron rápidamente con los negocios de joyería que la gran mayoría de ellos instalaron en el Gran Bazar. Hoy en día, esta comunidad se siente orgullosa de su personalidad turcojudía, sin renunciar a su pasado sefardí. En Estambul se publica un periódico,  Salom, escrito en los dos idiomas, turco y ladino. Pero además de este periódico, su presencia es evidente en zonas como Balat, Hasköy y en algunos lugares de Gálata, donde muchas fachadas presentan un dibujo de la estrella de David. Cuentan también con varias sinagogas.

 

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Estambul. Balat, donde hubo una importante comunidad judía. Foto Cristina Bauzá de Mirabó.

 

Nadie sabe con certeza el número exacto de sefarditas que hay en Turquía. En Estambul viven alrededor de unos treinta mil (la mayoría de la población judía de Estambul es sefardita); en Esmirna (Izmir) cerca de cinco mil; en Adana unos mil; en Antioquia alrededor de doscientos, etc. A todos los sefardíes les une un gran amor a su pasado español (anteriores a la expulsión de los Reyes Católicos fueron las que se llevaron a cabo en Francia, Alemania y Gran Bretaña, pero ninguna dejó la memoria y la huella que ha dejado España en los sefarditas y los sefarditas también en España).

 

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Casco viejo de Esmirna. Foto Cristina Bauzá de Mirabó.
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La estrella de David sobre el dintel de una puerta del barrio antiguo de Antioquia. Foto Cristina Bauzá de Mirabó.

 

Bueno, y los sefarditas, al dedicarse al comercio y otros oficios que no consideraban y practicaban los funcionarios otomanos, contribuyeron a enriquecer su país de acogida (precisamente los sefarditas-españoles introdujeron la imprenta en Turquía) y fueron fieles al sultanato (los sultanes los habían rescatado, protegido)… fieles hasta el último momento y hasta la misma irrupción de Mustafá Kemal. De todas formas, a principios del siglo XX su situación empeoró por las guerras en las que se metió Turquía.

 

Muchos, hacia la década de los veinte, emigraron a América y especialmente a Buenos Aires, Cuba, Nueva York e incluso a Sídney (por cierto, en Nueva York, exactamente en Greenwich Village, se encuentra, en un rinconcito, el segundo cementerio de la sinagoga española y portuguesa 1805-1829). Recordemos que en la Turquía otomana lo más importante no era ser noble -no había nobleza como en España, todo el mundo dependía del sultán-, si no ascender en la administración, acabar de visir, pongamos por caso. 

 

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Sinagoga Landmark, Nueva York, data de 1887. Foto Cristina Bauzá de Mirabó.

 

En Estambul, para visitar las sinagogas y los monumentos judíos más importantes hay que pedir permiso en el rabinato (tel. 212 293 87 94). En los alrededores de la torre de Gálata se encontraba, en el siglo XVI, el barrio judío. Muchos de los comerciantes genoveses que vivían en aquella zona eran judíos, a ellos se unieron los sefarditas. Hasta hace pocos años se podían escuchar en esta zona canciones y juegos que vinieron de España.

 

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Barrio de Gálata. Foto Cristina Bauzá de Mirabó

 

Los sitios judíos de Gálata son el Rabinato, la sinagoga Neve Shalom (Oasis de Paz) fue inaugurada en 1951. Balat también fue un barrio judío en el que se encuentra la sinagoga Ahrida, la más importante de las sinagoga antiguas de la ciudad (Vodina Caddesi, 9). El Museo Quincentenial o Museo Judío de Turquía está en la sinagoga Zilfaris o Zúlfaris, en Karaköy, en el mismo veréis la indumentaria sefardita y cómo vivían los judíos así como los objetos de su religión, vale y mucho la pena visitarlo.

 

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Museo Judío de Turquía, Estambul. Foto Cristina Bauzá de Mirabó.