En cualquier época del año hay excusa para viajar a Madeira. Poco varían la temperatura y el embrujo de una isla que se presta al descanso, al senderismo, a la contemplación y disfrute de la belleza de sus paisajes naturales, a los placeres de la buena mesa… Una isla que no se despegará jamás de nuestro recuerdo viajero.
Varado en el Atlántico, a poco más de 860 kilómetros en línea recta de Lisboa, aguarda Madeira, un archipiélago de cinco islas -de las que están habitadas dos, Madeira y Porto Santo- que son un auténtico tesoro viajero que ya enamoró a grandes viajeros como Winston Churchill o la emperatriz Sissí y que tiene en Cristiano Ronaldo a su más conocido embajador.
Funchal, cargada de historia
Madeira es la isla más importante, la que da nombre al archipiélago y que concentra muchos de sus atractivos. Para comenzar, Funchal, su capital, un lugar repleto de historia al que su importancia comercial como escala de los galeones que cruzaban el Atlántico ha legado una gran herencia arquitectónica, en la que destacan el Mercado dos Lavradores, la fábrica y tienda de bordado Patrício y Gouveia, o la Catedral Sé, del siglo XVI, repleta de representaciones de la escena cotidiana de la isla -como, por ejemplo, un querubín que acarrea una mata de plátanos- y donde destaca la cruz procesional de plata, una de las obras maestras de la orfebrería manuelina portuguesa, ya que fue cedida por el rey Manuel I.
Naturaleza y tradición
Ya desde Funchal se puede apreciar la arrebatadora naturaleza que es la auténtica protagonista del archipiélago. En la isla de Madeira se encuentran restos del original bosque húmedo típico de la Macaronesia, los bosques de laurisilva, que son Patrimonio de la Humanidad, y que podemos descubrir siguiendo las “levadas”, los caminos que recorren las montañas de la isla. Los más conocidos son el del Rabaçal, en dirección a las 25 Fuentes; el de las Queimadas hasta el Caldeirão Verde, y el que recorre desde el Pico das Pedras hasta las Queimadas.
En el este de la isla aguardan el Pico do Ariero, de 1.818 metros de altitud, a cuya cima también se puede ascender en una bellísima excursión, el parque natural de Ribeiro Frío, y la Ponta de São Lourenço, una estrecha península que nos regala uno de los paisajes más agrestes y fotogénicos de la isla.
No menos apasionante es pasear por los pueblos de Madeira y comprobar cómo se conservan los modos de vida tradicional. En el oeste de la isla, el pueblo pesquero de Camara de Lobos es una maravilla anclada en el tiempo; y en el de Santana destacan las palhoças, las viviendas tradicionales triangulares de la isla, que son hoy un reclamo turístico. En Caniçal, un pueblo pescador con historia y encanto, no podemos perdernos su puerto y, sobre todo, el Museu da Baleia, dedicado a la historia de la pesca tradicional de la ballena, que durante siglos fue el principal sustento de esta agreste y bellísima zona de Madeira.
Porto Santo, secreto viajero
A cuarenta kilómetros de Madeira, y conectada con la de Madeira tanto por avión como por barco, desde el puerto de Funchal hasta el puerto de Porto Santo, la isla de Porto Santo es un secreto viajero que merece muy mucho conocer. Menos explotada turísticamente que su hermana mayor, Porto Santo alberga varios lugares interesantes: los más destacables son la fortaleza de Pico Castelo, del siglo XVII, y la capilla de la isla, en el pueblo de Vila Baleira, donde pasó una temporada nada más y nada menos que Cristóbal Colón -hoy en día la vivienda es el Museo Cristóbal Colón. El sobrenombre de Isla dorada le viene de la playa de casi diez kilómetros que la circunda en gran parte, y que está considerada como una de las mejores playas de Portugal.
Madeira a la mesa
No faltarán en Madeira lugares de excelente relación de calidad/precio donde dar buena cuenta de la sabrosa y tradicional gastronomía de Madeira. En ella abundan platos de pescado: espada preta (pez espada) con plátano, la sopa de tomate y cebolla, la caldeirada de pescado, el atún con maíz frito y el bolo de mel, el pastel de miel de Madeira. Se elaboran buenos vinos y para rematar cualquier comida en Madeira, nada como una copita de poncha, una bebida hecha a base de zumo de naranja, limón, miel y aguardiente de caña de azúcar.