Playas vírgenes, parajes naturales de una riqueza sobrenatural, una gastronomía tradicional que fusiona culturas, planes de turismo activo y algunos de los mejores atardeceres del mundo… Todo esto y mucho más te espera en el estado de Rio Grande do Norte, el Brasil más seductor y desconocido.

Brasil es, más que un país, un cuasi continente, diecisiete veces mayor que España y poblado por unos 220 millones de personas. En realidad hay muchos “Brasiles”, y el estado de Río Grande do Norte –uno de los 26 que componen el país– no figura entre los más conocidos: es un auténtico tesoro para Grandes Viajeros. Su relativa lejanía de las rutas turísticas más frecuentadas añade atractivo a una tierra maravillosa que se adentra en el Atlántico como si buscara el abrazo de África.

 

 

Esta esquina nororiental de Brasil posee más de 400 kilómetros de costa, jalonados por playas y más playas de fina arena blanca –a menudo flanqueadas por dunas– y aguas tan claras que parecen de atrezo. La temperatura casi siempre ronda los 30 °C, la naturaleza es exuberante, la gastronomía deliciosa y sus habitantes destacan por su generosidad y amabilidad con los viajeros. 

En definitiva, una tierra única en el mundo, con todos los alicientes que deseamos al vivir un gran viaje, y que Logitravel nos permite (re) descubrir del mejor modo: con una ruta por Rio Grande do Norte de once días de duración a nuestro aire, con vuelos, hoteles y coche de alquiler, desde solo 1.467€ por persona. 

 

 

Playas de postal y gastronomía tradicional en Galinhos

Empecemos por el norte del norte. Soles rutilantes se derraman sobre acantilados, dunas y playas, y los vientos dictan su ley. Si hubiera que representar esta costa con una postal, sería la de una playa ancha y un mar translúcido que verdea y azulea aguas adentro. Un paraíso donde la vida parece fácil; nunca lo es, pero aquí bien podemos hacernos la ilusión.

La pequeña península de Galinhos, por ejemplo. Allí el mundo se nos presenta como una mezcla casi intacta de salinas, dunas y extensos arenales. Desde el faro situado en esta punta de tierra, el “nuevo mundo” parece verdaderamente nuevo, como lo fue para los navegantes portugueses que en 1501 desembarcaron a unos 70 kilómetros al oeste, en Praia (playa) do Branco, una ensenada edénica.

 

Galinhos. By Ruy Carvalho – Own work, CC BY-SA 4.0

 

Debería prohibirse el abandonar Galinhos sin probar la gastronomía local, mezcla de la comida nativa y la portuguesa, enriquecida con las aportaciones de los africanos que fueron traídos al país. Hay un puñado de restaurantes, acogedores, modestos en la forma y soberbios en el contenido. Dominan los frutos del mar, como es lógico. Antes de gozar de algunos platos típicos, una curiosidad como aperitivo: potiguares, el gentilicio por el que se conoce a los naturales del estado, procede de la lengua de los tupis, una de las tribus establecidas en la región antes de la llegada de los europeos. Significa “comedores de gambas”, abundantes por la zona.

Estos crustáceos protagonizan recetas como el bobó de camarão, un plato de cuchara elaborado con gambas frescas y un puré de yuca que incorpora aceite, jengibre, verduras, leche de coco, cilantro y zumo de lima. Suele servirse con arroz blanco cocido. Otro manjar típico son los cangrejos (caranguejadas en portugués), cocinados con un caldo que lleva leche de coco. Y qué decir de la variedad de pescados, salvo que abruma.

 

 

São Miguel do Gostoso, donde mejor descansa el sol

Siguiendo hacia el levante alcanzamos la playa de Tourinhos, caracterizada por sus acantilados y una duna petrificada de ocho metros de alto. Es la puerta de entrada al municipio de São Miguel do Gostoso, de unos 10.000 habitantes, tranquilo y con algo de bullicio en los fines de semana. Sus playas, con Ponta de Santo Cristo a la cabeza, gozan de condiciones (vientos constantes y con la fuerza justa) que las han convertido en una meca mundial del windsurf y el kitesurf. También hay espacio para la contemplación: allí, las puestas de sol brindan un espectáculo inolvidable, y gratis.

 

Contemplar un atardecer en São Miguel do Gostoso es una experiencia viajera cuyo recuerdo te acompañará siempre

 

Sigamos. Sería un error perderse la diversión y la sensación de libertad que da recorrer el litoral en un buggy –uno de esos automóviles diseñados para circular por arenas y dunas–, como un Lawrence de Arabia trasplantado a un Mad Max encantador. Abundan las empresas que ofrecen rutas a bordo de tales vehículos por las numerosas y cambiantes dunas características del nordeste brasileño, como las de Rio do Fogo, donde el mar, cálido y sin olas, convive en paz con una playa en la que palmeras y cocoteros aportan sombra.

 

 

 

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Perderse (y encontrarse) en la naturaleza

El patrón –dunas, cocoteros, playas tranquilas– se repite unos kilómetros más adelante, en Zumbi, lugar de desembocadura del río Punaú, que forma un hermoso banco de arena en su encuentro con el Atlántico. En ese tramo de costa no faltan piscinas naturales, gracias a los arrecifes de coral que bloquean el ímpetu del océano; ni lagunas ni manglares, terrenos donde viven árboles que soportan las aguas saladas que los recorren e inundan. En estos frágiles ecosistemas prosperan, entre otras especies, los famosos cangrejos potiguares, esenciales para la economía local.

 

Zumbi

 

Llegados a este punto, merece la pena visitar Río Catolé, a unos 10 kilómetros de Punaú. Sus cristalinas y mansas aguas azules discurren entre una lujuriosa naturaleza tropical, y forman lagunas paradisiacas donde parar el tiempo y entregarse a la contemplación de la belleza del mundo. No faltan hospedajes, y quien no desee hacer noche puede optar por el modelo de alojamiento day use: no se duerme en el establecimiento, pero pueden usarse sus instalaciones durante el día.

 

 

Bucear en Maracajú, plan imprescindible de camino a la capital

A solo 10 kilómetros de Zumbi en dirección sur se hallan los Pacharros de Macarajaú, formaciones de coral abarrotadas de peces de colores que hacen del buceo una fantasía onírica. Para disfrutarla hay que contratar alguna de las embarcaciones que llevan a los viajeros a unas plataformas situadas seis kilómetros mar adentro, donde se despliega la barrera de coral. Hacer esnórquel allí es una experiencia de las que no se olvidan. Para asentarla en el recuerdo conviene comer en la playa alguna de las capturas frescas hechas por las barcas con vela latina con las que aún faenan los pescadores de Macarajaú.

 

Maracajaú. Imagen CC 2.0 by Otávio Nogueira

 

Bienvenidos a Natal

Nos encontramos ya a solo 50 kilómetros de Natal, la capital del estado, a la que llegamos después de disfrutar de las dunas, la laguna y la playa de Genipabu, otro paraíso a mano. Considerada una de las ciudades más fascinantes de Brasil, Natal fue fundada por los portugueses el 25 de diciembre de 1599, día de Navidad, lo que explica su nombre. Los 900.000 habitantes de esta urbe distendida disfrutan de una media de temperatura anual de 26 °C, y el sol luce más de 300 días al año.

 

Genipabu

 

A solo 12 kilómetros del centro urbano se alza el Morro do Careca, una duna rodeada de vegetación; con más de 100 metros de altura, domina la estupenda playa de Ponta Negra, muy concurrida pero suficientemente grande como para evitar las estrecheces. Al pie del arenal se encuentra el animado barrio del mismo nombre, repleto de bares y restaurantes donde seguir probando la gastronomía local.

 

Morro do Careca

 

Por ejemplo, la carne de sol, así llamada por la costumbre de los antiguos conquistadores de salar la carne y exponerla a los rayos solares para conservarla más tiempo. Una vez seca –proceso que puede llevar varios días–, se cocina como se desee, condimentada o no. Suele dorarse en una sartén con mantequilla, y el arroz, los plátanos fritos y la yuca son sus acompañantes más habituales. A veces se sirve como entrante, y entonces se denomina paçoca de pilão: carne de sol molida con harina y cebolla roja en un mortero de madera.

 

Ponta Negra, Natal

 

Otro plato típico del nordeste de Brasil es el baião de Río Grande del Norte, muy presente en las barbacoas. Se prepara con alubias, arroz condimentado y queso coalho. ¿Y de postre? La cartola, una delicia hecha con plátanos fritos a los que, antes de meterlos en el horno, se les añade una capa de azúcar moreno, canela y coalho, un queso local. Es frecuente acompañarla con una bola de helado.

 

La sabrosa cartola

 

Historia y respeto al medio ambiente

Natal posee un resto importante de su pasado colonial: la Fortaleza de los Reyes Magos. Comenzó a construirse el 6 de enero de 1598, y dio lugar al desarrollo de la población. Se puede llegar caminando por la Playa do Forte, donde se ubica, justo en el lugar en el que el río Potengi se vierte al océano. Con forma de estrella de cinco puntas, muros blancos e interior de piedra, preserva bien sus antiguas dependencias. Desde las almenas, pobladas de cañones, se disfruta de una hermosa vista. Al lado, el puente Newton Navarro, construido entre 2004 y 2007 y sostenido por cables, salva el curso del río. Sus casi 1.800 metros de longitud testimonian la incorporación de Natal al mundo moderno.

 

Natal, capital del estado de Rio Grande do Norte

 

Lo mejor de la ciudad es que ha crecido sin exageraciones, respetando en buena medida la maravillosa naturaleza en la que se enclava. En su Parque das Dunas, integrado entre sus calles, nos aguarda un amplio bosque atlántico con fauna variada, al pie del omnipresente mar, disfrutable en playas como la de Meio y la de los Artistas, conectadas y con piscinas naturales, gracias a la cercana barrera de coral.

 

Las playas de Natal, ideales para la práctica de deportes náuticos

 

A unos 15 kilómetros al sur, despliega sus ramas el que dicen “árbol frutal mas grande del mundo”. El cajueiro (anacardo) de Pirangi cubre un área de unos 8.500 metros cuadrados y exhibe un perímetro cercano a los 500 metros. Se cuenta que lo plantó en 1888 el pescador Luiz Inacio de Oliveira. Parecen muchos árboles unidos, pero es uno solo.

 

Panorámica de la copa del cajueiro de Pirangi, el árbol frutal más grande del mundo

 

Del Mediodía al desconocido interior

Hacia el sur prosigue el encadenamiento de playas, acantilados y dunas de anuncio. Desde Natal parten excursiones en buggy que llevan a la relajante Laguna de Guaraíras, rodeada de manglares y bosque atlántico. Allí podemos coger una embarcación que nos deja en la cercana Playa de Pipa, kilómetro y medio de arena con piscinas entre rocas cuando baja la marea, barcas de pesca y un puñado de bares y restaurantes donde comer delicioso marisco recién cogido. A un paso ya del estado de Paraíba, nos esperan la barra de Cunhaú (otro punto caliente del kitesurf), Baía Formosa y la Playa de Sagi.

 

Playa de Pipa, Natal

 

Los viajeros están descubriendo el interior de Río Grande do Norte poco a poco, una prueba más de la afirmación con la que abrimos el texto: hay muchos “Brasiles”. A menos de dos horas en coche desde Natal se alza una estatua aún más alta que la del Cristo Redentor en Río de Janeiro, al que supera por 18 metros (pedestales incluidos). Es la de Santa Rita de Cássia, de 56 metros, erguida en una elevación a las afueras de la pequeña ciudad de Santa Rita, a la que ha convertido en un destino para el turismo religioso.

 

By HighJay – Own work, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=32175243

 

Otro punto de interés es Seridó, una región semiárida a algo menos de 300 kilómetros de la costa, a la altura de Natal. Sus pequeñas ciudades destacan por la calidad de su comida (sobre todo los quesos, la mantequilla y la carne al sol) y de su artesanía. Muy cerca, la Sierra de Telern, situada junto a una de las presas de la zona, resulta óptima para el senderismo. En definitiva, la colección de estímulos viajeros que nos aguardan al viajar a Rio Grande do Norte lo convierten en un Gran Viaje inolvidable.