Si quieres visitar el castillo de Malbork, uno de los lugares imprescindibles a descubrir en Tu Gran Viaje a Polonia, has llegado al lugar indicado.
Un reportaje de Ángel Ingelmo
Después de un viaje, no todas las cosas vistas dejan una imagen en el recuerdo, y a veces esa imagen el tiempo acaba adulterando y fundiendo o confundiendo con otras. Cuando se visita este maravilloso castillo de Malbork, en el norte de Polonia a la hora en que el sol poniente ilumina con su luz rojiza las murallas de ladrillo rojo que se reflejan coquetas en las mansas aguas del río Nogat, tenemos que dejar que sea la memoria quien registre el recuerdo, mucho más fiable que la imagen codificada por la cámara de fotos. Y es que la belleza del lugar, su entorno no se puede describir, solo apreciar y sentir.
El origen del castillo de Malbork
La creación del castillo de Malbork se debe a los caballeros teutones, cuando a principios del XIII comenzaron a ocupar estas tierras hasta entonces controladas por tribus prusianas y lituanas. Tras la pérdida en Jerusalén de su principal baluarte, el Castillo de Montfort, la orden decide, sin ninguna razón de peso, asentarse en estas tierras recién conquistadas, y más concretamente en las orillas del río Noget, junto a la desembocadura del Poggengrabben y las marismas de Žuławy, un lugar que va a favorecer su defensa y también su mantenimiento, ya que el río es una importante vía de transporte.
Las obras del primer convento-castillo de Malbork se dan por terminadas en 1280. Y el resultado fue una construcción a base de ladrillo, que para su empleo en las murallas ha sido objeto de un proceso de recocido para darle mayor resistencia; “piedra artificial”, una mezcla de yeso, arena y grava para ciertos ornamentos, y granito, para cimientos, puertas y puntos más expuestos a un posible ataque del enemigo.
Esa primitiva construcción, conocida como Castillo Alto, y a la que se accede por una puerta bajo el relieve de un caballero en terracota, porque solo podían cruzarla los hombres, acoge las cocinas, hoy totalmente reconstruidas; la sala capitular, cuya bóveda descansa en tres columnas que simbolizan los votos de los caballeros: obediencia (Abraham sacrificando a su hijo por mandato divino), castidad (Adán y Eva) y pobreza (Moisés es rescatado de las aguas); la sala del tesoro, donde hay un gran arcón de madera con tres cerraduras y cuyas llaves tenían tres personas que debían estar juntas para su apertura, el gran maestre, el gobernador del castillo y el tesorero, que dormía vigilante en la habitación contigua; los dormitorios de los caballeros en los que podían pernoctar hasta veinte soldados siempre vestidos y dispuestos para salir al combate, y la iglesia, con su preciosa Puerta Dorada, decorada con motivos vegetales y zoomorfos y las vírgenes necias y listas. Una de las partes más curiosas es el gdanisko, el lugar donde los caballeros realizan sus necesidades. Se accede a través de un pasillo de 62 m de largo, al principio del cual hay un pequeño demonio cuya cara es un reflejo del apuro ante lo que aún falta para llegar a destino. Justo en la esquina opuesta, la Capilla de Santa Ana, cuyas entradas han sido hechas con piedra artificial y donde estaban las tumbas de trece grandes maestres de la orden.
Las nuevas necesidades de la orden hicieron que el maestre Luther von Braunschwieg (1331 y 1335) encargara una ampliación, pensando sobre todo en crear un lugar acorde con la que sería sede de los Caballeros Teutónicos. Con esta reforma, surgió el llamado Castillo Medio, donde estaba, y sigue estando, el Palacio de los Grandes Maestros, la parte más importante de la ampliación. Era el lugar donde se alojaba el Gran Maestre y recibía a sus invitados, a quienes un grupito de músicos situados en un balconcillo entre las salas alta y baja amenizaba su espera. Para los grandes banquetes se utilizaba el gran refectorio, una sala con tres columnas y con capacidad para cuatrocientas personas. Pero hay otros dos comedores más, el refectorio de verano, en una gran sala con una columna en medio que imita una palmera, una gran chimenea y restos de pinturas (originales) y el refectorio de invierno, muy parecido.
Y así se mantuvo, durante un tiempo, pero no mucho, pues en 1410 tuvo lugar la famosa batalla de Grunwald (Žalgiris para los lituanos), en la que polacos y lituanos derrotaron a los caballeros, aunque no consiguieran tomar el castillo. Pero, una vez derrotados, sólo era cuestión de espera su conquista. Algo que conseguiría Kazimierz Jagiellońcayk, gran duque de Lituania y rey de Polonia, en 1457 sin ninguna necesidad de combatir ni asediar, le bastó alcanzar un acuerdo con las tropas mercenarias checas que se encargaban de su defensa y que llevaban bastante tiempo sin cobrar sus salarios. Esa fecha significó también el inicio de un periodo de decadencia para el castillo ante la dificultad de su mantenimiento. Por si fuera poco, comienzan las guerras suecas, que si bien no causan grandes daños, sí ocasionan un incendio, 1644, que destruye el tejado del Castillo Alto y las galerías medievales.
Pocos años más tarde, en 1652, los jesuitas se hacen cargo del castillo y levantan un colegio entre el castillo medio y la iglesia de Nuestra Señora en el lugar que ocupaba la Torre del Cuervo. Parece que se va a recuperar, pero los jesuitas tampoco se quedan mucho tiempo, ya que en 1772 se ven obligados a abandonarle, comenzando un nuevo periodo de decadencia que se prolonga hasta prácticamente el siglo XX en que se realizan diversas obras de consolidación y reconstrucción que a la postre le acaban confiriendo su aspecto actual.
Y en estas, llega la Segunda Guerra Mundial, y para los alemanes el castillo es algo más que una simple fortaleza, utilizándole para celebrar algunas de sus ceremonias, por ejemplo el 1 de septiembre de 1939 en el salón del refectorio tiene lugar la proclamación por parte de Alemania de la recuperación de los territorios al otro lado del Vístula y la creación de la nueva provincia de Prusia, según las antiguas fronteras. Los alemanes no descuidan su sentido práctico y levantan nuevos edificios que se utilizaran de almacenes. Cuando la guerra comienza a anunciar su fin, tomarán una serie de medidas para evitar que los posible bombardeos causen daños, algo que no conseguirán ya que las bombas acaban con cerca del 80% de los edificios de la villa y el castillo pierde el ábside de la iglesia de Nuestra Señora, incluida la imagen de cerámica policromada de la Virgen con el Niño. Cuando se retiran, vuelan los puentes sobre el Nogat. Las fotografías que hay del castillo en este periodo (1945) son realmente dolorosas.
El 7 de septiembre de 1959 un nuevo incendio afecta el castillo, que es inmediatamente reconstruido y convertido en museo, 1961. En 1997 es declarado por la UNESCO Lugar Patrimonio de la Humanidad, y en 1980 comienzan los primeros espectáculos de luz y sonido; y así, hasta hoy, en que el castillo de Malbork se ha convertido en uno de los lugares imprescindibles a descubrir en Tu Gran Viaje a Polonia.
Sobre el autor
El periodista y escritor salmantino Ángel Ingelmo es uno de los autores de guías de viaje más destacados de España. Tras haber residido en Francia y Escocia, lugares en los que frecuentó los círculos artísticos e intelectuales, regresó a España, donde, desde comienzos de la década de los Ochenta hasta la actualidad, ha traducido obras literarias, colaborado en medios de comunicación y escrito más de un centenar de guías de viaje de todo el mundo.