Manuel Monreal descubre un rincón perdido en Brasil donde desenredar los males y menos males de la vida. Bienvenidos al mercado de Ver o Peso.
No sé de nadie que haya venido a Belem de Pará y no haya ido a visitar el mercado de Ver o Peso, y tampoco sé porque la vida siempre se enreda tanto; pero, lo que he visto, es que allí, justo al lado del edificio azul del mercado, ofrecen los remedios para desenredarla. Al menos en parte. Los venden a la orilla del Amazonas, que por allí baja turbio y rápido. Muy cerca de los puestos de pescado en los que reina el barrigudo Tambaquí, el pariente vegetariano de la familia de las pirañas que llega a pesar cuarenta y cinco kilos. Y lo que ofrecen son hojas, ramas atadas con cuerdas, botellas grandes y pequeñas llenas de líquidos de colores que se balancean colgadas por el cuello.
Hay carteles escritos a mano que anuncian sus propiedades y su alcance. En general, son tratamientos de amplio espectro y los problemas que resuelven pertenecen a la mitología de la telenovela, una de las más influyentes, por lo que lo más tratado son los problemas del amor y sus efectos indeseables: cómo aumentar la atracción y disminuir los celos o el resentimiento. Hay hierbas femeninas y masculinas que sirven para seducir: chama home o chama mulher; también las hay para vengarse, mejorar la vista o quitar la tos, sin olvidarse de tratamientos muy completos para la columna vertebral o para alisar el pelo. Por todas partes se anuncia la famosa viagra amazónica, y el oleo do pequi, un aceite milagroso que sirve para casi todo.
La mayoría de los remedios se toman como infusiones y hay que ser muy riguroso para prepararlas, me dice una vendedora que se llama Socorro y que me ofrece unas flores secas que mejoran el animo. Asegura que son de una utilidad infalible y que al despertar los problemas habrán volado y ya no existirán mas mañanas de crisis. Socorro me cuenta que conocía a muchos que antes de tomarlas dejaban de comer, adelgazaban, se entristecían y le decían que la vida era una mierda. Y yo la creo, porque oyéndola vuelve un mundo a cielo abierto, de selva profunda con viento y truenos, donde la tierra y el río todavía no se habían despojado de creencias y porque aquí nadie exige precisión, eficacia, ni libro de reclamaciones. Todos parecen saber que lo bueno es que los remedios existan y estén a la vista. No dudan que la expectativa es suficiente terapia y la ciencia moderna, que últimamente ha estudiado el “efecto placebo”, ha venido a darles la razón y recomienda seriamente su reimplantación. La esperanza siempre es parte de la solución– aseguran los científicos- y eso es algo que aquí saben desde hace siglos.