Cada uno viaja como quiere y puede, pero sin duda una forma de viajar es sin brújula ni rumbo fijo, saliéndose o al menos orilleando los caminos trillados, yendo al albur de lo que vaya apareciendo. Vagar o divagar por las calles urbanas del mundo puede ser un buen nutriente que muchas veces no está exento de poesía que a veces resulta recia y a veces fina, como aquellos versos que hace bastantes años se podían leer en la pared de la vieja estación central de tren Artigas de Montevideo en la que alguien escribió:
Amorfa es mi forma
en la sombra
tu luz la transforma.
En Santa Cruz de Tenerife, tirando para las afueras, cerca del bar El Golosito, es una pared cochambrosa un poeta mundano escribió lo siguiente:
Seguimos deambulando por la capital chicharrera. En la zona donde estuvo el otro tiempo floreciente barrio chino, algún anarquista desilusionado quiso dejar patente que la sociedad crítica e inteligente que brillo por su presencia antaño se ha aburguesado y ha entrado por el aro:
A veces mejor que el spray es más poética la performance, como la que hizo este artista anónimo nada menos que sobre un enorme depósito de combustible santacrucero:
Sin embargo, el templo del chascarrillo y de la poesía callejera tienerfeña es el mesón Tocuyo de San Cristóbal de La Laguna, capital histórica y ciudad Patrimonio de la Humanidad. Este mesón tiene todas su paredes plenas, llenas de ripios de sana extracción etílica, como el que dejo escrito este cliente:
El día que yo me muera
Y me lleven a enterrar,
No me toquen en la boca
que creo que es una copa
y vuelvo a resucitar
Como vemos, la poesía viajera salta donde uno menos se lo espera. Cada vez se ve menos porque la sociedad se globaliza y el ingenio ya ni se comparte ni se reparte. Cuando todo el mundo es original, todo el mundo es vulgar.