Bosques tropicales, fauna salvaje, playas paradisiacas, gente amable, buena gastronomía, experiencias de aventura, y, sobre todo, la certeza de vivir una experiencia viajera única. Esas son las sensaciones que marcan cualquier gran viaje a Costa Rica, un país del que resulta imposible no enamorarse.

La llegada

A las puertas del aeropuerto de Barajas me despido de una soleada pero fresca mañana de primavera, la última que veré en un par de semanas. A partir de mañana, todos los amaneceres tendrán otro color, otra temperatura y, sobre todo, otro escenario: Costa Rica. Así, tras un vuelo de Iberia de algo más de diez horas de duración, aterrizo en el aeropuerto internacional Juan Santamaría, el más importante de Costa Rica, y situado a aproximadamente una hora de San José, su capital.




La pista de aterrizaje es una de las más cortas del continente americano, por lo que el avión frena con toda su fuerza mientras nosotros, sus pasajeros, vibramos con la emoción de quien sabe que está viviendo los primeros momentos de un gran viaje. Nada más poner un pie en tierra, el trópico me arropa: calor y humedad en el ambiente y caras sonrientes por doquier. Mi gran viaje a Costa Rica no ha hecho más que empezar, y el país me da la bienvenida con la mejor de las sensaciones.

 

Primeros días en Naranjo

A menos de una hora en coche desde el aeropuerto, en medio de la provincia de Alajuela, se encuentra la localidad de Naranjo, una villa conocida en toda Costa Rica por sus plantaciones de café y por la hospitalidad de sus habitantes. Y a las afueras de Naranjo, en la carretera que conduce a Zarcero, está Chayote Lodge, el primer hotel en el que me alojaré, y que es solo un puñado de habitaciones, en forma de bungalows, en lo alto de un monte con vistas al pueblo de Naranjo y a buena parte del Valle Central. Al fondo, el volcán Poás, que visitaré al día siguiente.

El primer día completo en Costa Rica comienza con un despertar mágico, con el sol entrando tímidamente a través del ventanal de la habitación y los ruidos del bosque poniendo banda sonora al amanecer. Desde Chayote Lodge, un trayecto de dos horas y media me lleva al volcán Poás, que da nombre al Parque Nacional más visitado del país. El Poás es un volcán activo cuyo cráter se puede ver desde un mirador. De su caldera, llena de agua ácida que borbotea a pocos cientos de metros, emana un olor sulfuroso que ni siquiera molesta a causa de la belleza del conjunto. No es una exageración: las palabras no salen, el aire se congela unos instantes dentro del pecho, y las rodillas se rinden ante la naturaleza y tiemblan de emoción.

 

Volcán Poás. © Tu Gran Viaje. Tu Gran Viaje a Costa Rica. © Tu Gran Viaje
Volcán Poás. © Tu Gran Viaje




 

Tras la visita al Poás, y todavía con lágrimas en los ojos, pongo rumbo de vuelta a Naranjo, donde me esperan para enseñarme una plantación de café, la de San Juanillo. Y el guía no podría ser mejor, se trata de don Carlos Enrique Haug, su propietario. Enamorado del café y de Costa Rica, Haug me muestra sus cafetales, sus instalaciones y dónde se alojan, año tras año, los trabajadores nicaragüenses que vienen a la cosecha. La jornada termina con una encantadora cena en casa de una familia de Naranjo, en la que preparo la comida junto a ellos y compartimos mesa y anécdotas en un intercambio cultural único.

 

Plantación de café de San Juanillo. © Tu Gran Viaje a Costa Rica
Plantación de café de San Juanillo. © Tu Gran Viaje.



El Río San Carlos

No hay tiempo para seguir disfrutando de la paz en Naranjo: es hora de poner rumbo al norte, a la minúscula población de Boca Tapada, junto a la frontera con Nicaragua. Sin embargo, es preciso hacer un alto en el camino, para poder ver de cerca la catarata más alta de Costa Rica: la del Río Toro. 350 escalones de bajada -¡y de subida!- me separan de uno de los saltos de agua más impresionantes del mundo. Tras reponer fuerzas con una copiosa comida tradicional tica -arroz con frijoles y carne en salsa-, vuelvo a emprender el camino hacia el norte. Cuando por fin llego a Boca Tapada, para mi sorpresa el transporte se detiene en un embarcadero: solo es posible llegar a nuestro hotel en barca, no hay carretera alguna que llegue a la otra orilla.

 

Cascada Boca Tapada. © Shutterstcok. Tu Gran Viaje a Costa Rica
Cascada Boca Tapada. © Shutterstcok



 

El recibimiento que recibo en el hotel, Maquenque Eco Lodge, no pudo ser más cariñoso: un coco helado para refrescarme tras el largo viaje. Al caer la noche, una caminata por los senderos del hotel, en medio de la selva, me permite ver de cerca buena parte de la increíble fauna salvaje de la zona: insectos increíbles, arañas de pesadilla, las primeras ranas del viaje y hasta un par de serpientes. Después de esa inmersión en la biodiversidad de Costa Rica, pasar la noche en una cabaña en el árbol, a doce metros de altura y rodeado de la más profunda selva tropical es una experiencia inolvidable.

 

Un nuevo amanecer se abre paso en Costa Rica, esta vez protagonizado por los monos que, traviesos, gritan desde los árboles que rodean la cabaña. Me espera un paseo en lancha por el Río San Carlos, con destino a Boca San Carlos, el último pueblo del país antes de entrar en territorio nicaragüense. Allí conozco a la profesora del colegio local, que nos cuenta cómo muchos niños cruzan el río solos en una canoa porque, como decíamos antes, no hay carretera alguna que llegue aquí.

El Parque Nacional Tortuguero

Ante incluso del amanecer del cuarto día de mi gran viaje a Costa Rica, me pongo en marcha hacia uno de los lugares más conocidos y visitados del país: Tortuguero. Solo es posible llegar a cualquiera de los hoteles de este parque a través de los canales que lo atraviesan. Y eso le da a la experiencia un valor añadido, porque estos canales se abren paso por el bosque tropical más húmedo del país.

 

Tu Gran Viaje a Costa Rica. Cocodrilos en Tortuguero
© Tu Gran Viaje

 

El hotel en el que me alojo, Pachira Lodge, es un conjunto de cabañas de madera -esta vez sobre suelo firme- que se extienden a lo largo de varios miles de metros cuadrados de terreno en la selva. Ello hace posible encontrarse con animales salvajes -pero totalmente inofensivos- por los caminos del hotel. Y si no los vemos dentro, lo haremos fuera, porque tengo programadas dos salidas en barca por los canales de Tortuguero. En ellas pude ver cientos de aves, monos de todo tipo, mariposas de gran belleza, un par de perezosos y varios caimanes. El pueblo de Tortuguero, aunque pequeño, es encantador y está lleno de vida. Una tarde y parte de una noche caminando, comiendo, bebiendo, hablando y hasta bailando con sus habitantes nos lo demostró. La primera etapa de mi gran viaje a Costa Rica me está llenando de experiencias que, lo sé, nunca olvidaré…