Lagos, glaciares perpetuos, bosques de coníferas… el Parque Nacional de Banff es una de las joyas naturales de un país que abunda en ellas, Canadá.

El Parque Nacional de Banff es una de las joyas naturales de un país que abunda en ellas, Canadá. En el corazón de la región de Alberta, el Parque, con sus más de 7.000 kilómetros cuadrados, es una sucesión de impresionantes picachos salpicados de nieves -muchos de ellos, por encima de los 3.000 metros-, gargantas y cañones espectaculares, glaciares perpetuos, y fauna salvaje; tal es la belleza de estos parajes, que en 1985, toda esta riqueza natural fue recompensada por la UNESCO con la declaración de Patrimonio de la Humanidad.

 

El Parque Nacional de Banff | Tu Gran Viaje
Foto Marta Puig

 



La historia comenzó en 1841, cuando el gobernador de la Compañía de la Bahía de Hudson, Sir George Simpson exploró la zona (de hecho, fue el primer europeo que holló estas tierras); permanecieron inalteradas hasta finales de siglo XIX, cuando la Canadian Pacific Railway comenzó a excavar túneles y a diseñar el trazado ferroviario; los ejecutivos y capataces se quedaron tan impresionados que abrieron un hotel (el Banff Springs), y hasta hoy.

 

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La mejor época para visitar el Parque Nacional de Banff es el verano. Detrás de la oficina administrativa del parque arranca la avenida Mountain que, atravesando cuatro kilómetros, llega a la cima del monte Sulphur, donde hay un teléferico desde el que se pueden tomar unas fotografías estupendas (ver el apartado de actividades). La impresionante mole que se divisa, omnipresente, desde la avenida Banff es el monte Cascade (2.998 metros); las cascadas Bow se encuentran entre los montes Rundle y Tunnel; se puede acceder a los saltos de agua desde la carretera y el campo de golf Springs.

 

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Otro de los hitos por excelencia del parque es el monte Tunnel, que fue excavado para que pasara el ferrocarril desde el que se tienen impresionantes vistas de la ciudad de Banff, el valle del río Bow y el monte Rundle. Este monte (de 2.949 metros) le debe el nombre al misionero presbiteriano Robert Rundle, que cruzó la región a mediados del siglo pasado. Para ascender al monte Norquay (2.522 metros), hay una carretera que comienza al norte de Banff y que sale de la Transcandiense; el recorrido es de unos siete kilómetros. Es uno de los mejores lugares del parque para esquiar. Los Vermillion Lakes son tres lagos interconectados cerca de la ciudad, al sur de la autopista Trascanadiense; es un riquísimo ecosistema, porque es elegido por decenas de especies de aves migratorias como punto de abastecimiento y descanso en sus largos peregrinajes hacia el sur.

 

 

Un paseo por la ciudad de Banff

La construcción de los primeros hoteles de Banff se remonta a finales del siglo pasado, junto con la llegada del ferrocarril transcontinental. William Cornelius Van Homer, el director general de la Canadian Pacific Railway, ha pasado a la historia de Banff con una de esas frases lapidarias que tanto hacen por la fama de uno mismo: “Ya que no podemos exportar estos bellos parajes, tendremos que importar a los turistas”. Ahora, esa importación asciende a cuatro millones de visitantes todos los años. Una de las más características notas de la ciudad son los grupos de alces que, sobre todo en lo más recio del invierno, toman las calles de la cuidad, repleta de carteles que advierten no acercarse a menos de cien metros de estos encantadores percheros.

 

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